Sutilezas de poder

 

Nyxara, acudió al llamado de su mejor amigo, apenas recibió su mensaje. Kaelion, le había hablado por el móvil con esa voz grave y contenida que solo usaba cuando algo lo inquietaba, confesándole que tenía a su elegida justo al lado. Aquello no podía ignorarlo.

La loba alfa, con la curiosidad ardiendo en las venas, cruzó los pasillos de la empresa como si fueran su territorio. No se detuvo a esperar anuncios ni permisos: abrió la puerta de la oficina presidencial como quien abre la entrada de su propia guarida.

Vida levantó la mirada solo un instante, movida por la curiosidad, y así sus ojos se encontraron con los de Nyxara. Fue un choque silencioso.

La humana era hermosa. Alta, delgada, rozando el metro ochenta, con un porte que imponía aunque no intentara hacerlo. Sus ojos, ligeramente rasgados, le daban un aire exótico, pero no eran lo que más llamaba la atención: su cabello ondulado y dorado rompía cualquier expectativa. Uno imaginaría un negro intenso acorde a sus facciones, pero aquel tono claro, casi bañado por el sol, la volvía aún más singular.

Nyxara, la observaba con la mirada calculadora de una depredadora que mide a otra hembra. Y Vida, desde su lado, no fue menos: la analizó con la misma precisión.

Nyxara, era una mujer de curvas majestuosas, alta, con la seguridad de quien sabe que cada paso que da atrae miradas. Tenía ese tipo de belleza que hace callar una sala entera. Vida la reconoció de inmediato como alguien peligrosa, aunque no la conociera. Y, sin embargo, no apartó la vista: no tenía tiempo para rendirle tributo a nadie. Tenía un trabajo que cumplir.

—Vida, déjenos solos un momento, por favor —pidió Kaelion, con esa voz que sonaba a orden disfrazada de cortesía.

—Diez minutos, señor. Debemos ir al Hilton —respondió ella con firmeza, marcando un límite sin titubeos.

Él asintió, aunque la tensión en su mandíbula revelaba que no estaba acostumbrado a que alguien, y menos una humana, le fijara condiciones. En cuanto la puerta se cerró, el alfa real se inclinó hacia su amiga, casi conspirando.

—¿Viste? Se cree dueña del puesto. Tomó ese escritorio como si fuera suyo. Nada de incomodidad, nada de pedir permiso… es rara.

Nyxara, sonrió con sorna, sentándose frente a él con la familiaridad de quien tiene derecho a burlarse.

—Por fin alguien que no tiembla en esta oficina. ¿No eras tú el que vivía quejándose de que ninguna secretaria entendía cómo moverte el trabajo, que todas parecían perdidas en la jungla?

—Es mi elegida —susurró él, como si confesara un pecado.

Nyxara, arqueó una ceja.

—No susurres, nadie te escucha. Y si lo fuera… ¿qué? ¿Vas a hacer lo que nunca hiciste con ninguna? ¿Domarte tú solo por una humana?

La carcajada que soltó la loba era grave, casi peligrosa. A ella le divertía verlo así, inquieto, desconcertado, pero él… a él no le agradaba aquello ni en broma.

—Es solo una humana, relájate. Y agradece que sabe lo que hace —sentenció, aunque en el fondo también había percibido algo distinto en esa mujer. Algo oscuro. Algo que podía significar peligro, pero a él, eso no lo iba a ahuyentar.

En ese momento, la puerta volvió a abrirse.

—Señor, es hora —anunció Vida.

Kaelion, bajó la voz, murmurando apenas para su amiga:

—¿Ves? Hasta me mira como si leyera lo que no digo.

Nyxara sonrió como felina satisfecha, pero guardó silencio. La curiosidad la mantenía despierta.

En el auto, Vida, conducía con la seguridad de quien domina cada terreno. Kaelion, sentado atrás, revisaba su móvil mientras concretaba una cita con una de sus amantes para esa misma tarde.

Un gesto mecánico, como si el sexo con otras mujeres no tuviera más valor que tachar una reunión de la agenda.

—¿Tienes auto? —preguntó de pronto, rompiendo el silencio con tono neutro.

—No, aún no.

—Puedes llevarte este a casa.

Ella giró la cabeza, arqueando una ceja con ironía.

—Señor… sé que es usted el jefe, pero… —ella no terminó de decir lo que iba, pues no sabía si era correcto cuestionar a su jefe y no solo era su jefe, era el jefe de jefes.

Kaelion, la sostuvo con la mirada desde el espejo retrovisor y no el costo darse cuenta de que si se había quedado en silencio, era porque no supo como expresarse.

—Es para que no tengas excusas con el tráfico y el transporte público. Y porque no quiero verte peleando en un bus atestado de desconocidos.

Ella rió, aunque no suavemente. Fue una risa que picó, que insinuó desafío.

—¿Y desde cuándo mi transporte es asunto suyo? ¿O es que le preocupa perder a su nueva secretaria en un embotellamiento? —se mordió la lengua inmediatamente, sintiendo que si seguía así, se quedaría sin empleo pronto.

Él no respondió de inmediato. Se limitó a seguir observándola, como quien evalúa a un enemigo con el que no sabe si pelear o aliarse.

En la reunión con Dominic, Vida se movió como si hubiera nacido en las altas esferas. Expuso detalles y antecedentes con una seguridad impecable. No se limitaba a hablar: construía estrategias mientras lo hacía, hilando datos como una araña que teje sin pausa.

Kaelion, apenas prestaba atención a Dominic. Sus ojos estaban atrapados en Vida, en esa forma de adueñarse del aire. La deseó por su mente ágil más que por su cuerpo, y eso lo desconcertó.

—Sé que usted está demasiado ocupado para seguir cada paso de sus socios —explicó ella—, por eso le hablo de Dominic. Para que nunca lo tomen por sorpresa.

El alfa real contuvo la sonrisa. Esa mujer no solo era eficiente: lo estaba armando como si él fuera el rey de un tablero de ajedrez, haciéndolo sentir importante para el juego, pero inútil a la vez.

Horas después, Vida regresó por sus llaves. No esperaba nada especial, solo entrar y salir sin ser vista. Pero al acercarse a la oficina, los sonidos que escapaban de la puerta le helaron la sangre. Gemidos. Profundos, húmedos, inconfundibles.

Por un instante pensó en irse. Fingir que no escuchó nada. Fingir que no le importaba. Pero su orgullo, esa vena de fuego que siempre la sostenía, le impidió retroceder. No dudó. Giró la manija con calma y la abrió.

La escena se grabó en su mente como un tatuaje imposible de borrar: Kaelion, con las manos firmes en las caderas de una mujer hermosísima, empujándola contra la pared. Ella se arqueaba, perdida en su propio placer, con la boca abierta en un grito ahogado.

Vida no pestañeó. Sonrió de lado, con esa crueldad elegante que usaba para ocultar lo que realmente sentía. Caminó despacio, recogió sus llaves del escritorio y, con voz cargada de veneno dulce, se disculpó en algo que pareció más burla, que otra cosa.

—Oh, por Dios… Yo solo venía por mis llaves. Jamás pensé que interrumpiría algo tan… privado.

El silencio que siguió fue brutal. Kaelion, levantó la mirada apenas un instante, y sus ojos dorados encontraron los de ella. Ese contacto fue un golpe bajo, un recordatorio de que no podía ignorarla aunque lo intentara.

¿Por qué justo ella? Pensó con rabia, apretando la mandíbula mientras seguía dentro de otra. Podría estar con cualquier mujer, con todas si quisiera, pero frente a esa mirada me siento descubierto… vulnerable.

Vida se marchó sin prisas, con la cabeza erguida. No iba a regalarle la satisfacción de verla temblar. Pero mentiría si dijera que la escena no la había encendido por dentro, como brasas ardiendo bajo la piel. Su corazón latía desbocado, entre la furia y un deseo incontrolable que odiaba reconocer.

Kaelion, en cambio, se quedó helado en medio del acto. La mujer bajo su cuerpo ya no importaba; el deseo había muerto en el instante en que Vida habló. Lo que quedó fue una punzada de culpa, una urgencia oscura, y un miedo extraño: el de haber perdido algo que nunca admitió tener y que en realidad ni siquiera era suyo, porque el hecho de ser su elegida, no la convertía en algo real que ambos tuvieran.

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