Tempestades humanas

Vida, no se sorprendió de que la hubieran llamado. El currículum que ella misma había creado era impresionante. Había omitido algunas cosas, sí… pero no había mentido del todo. Sabía muchas cosas, demasiadas. Era una mujer sumamente inteligente, aunque sus documentos fueran falsos. Ese pequeño detalle no le restaba mérito a sus habilidades reales.

—Vida —la llamó la joven secretaria del piso con una sonrisa cálida, de esas que acariciaban el aire con dulzura.

—Soy yo —confirmó ella con naturalidad.

Había llegado muy temprano a la empresa. La habían llamado con carácter de urgencia: la anterior secretaria del alfa real, había desaparecido sin previo aviso, y su perfil encajaba perfectamente con el puesto. Así, al menos, lo decía el currículum.

—¿Es humana? —había cuestionado Kaelion, en cuanto Milah, la secretaria del piso presidencial, le informó a quién había llamado.

—Lo es —respondió ella—. Pero una humana muy inteligente. Su currículum es excepcional.

A pesar del descontento inicial, la humana ya había sido convocada… y había respondido con puntualidad y profesionalismo. Vida, estaba ahí, incluso antes de que abrieran las puertas.

Milah, la condujo hasta la oficina del alfa real. Pero mucho antes de que aquella puerta se abriera, Kaelion, ya sabía quién era. La reconoció sin verla del todo. Aquel aroma... invierno salvaje. Ese olor que arrasaba con los sentidos como una tormenta que no perdona ni a los árboles más antiguos.

Era ella. La elegida. Su alma gemela.

Él no era solo un director ejecutivo, también era una criatura mágica y legendaria que se escondía entre humanos ocultando su verdadero ser, y que manejaba una aldea completa de criaturas, y como todos, él tenía su alma gemela, su elegida por la luna.

Y, sin embargo, no se movió. No dijo nada. No se acercó. Se quedó allí, de pie, observando desde lejos. Había prometido que la rechazaría. ¿Cómo era posible que los dioses lo hubieran entrelazado con una humana? Una simple, débil, efímera humana...

La puerta se abrió.

Milah, la bella omega de sonrisa tranquila y alma sumisa, entró primero. Pertenecía a la misma manada de Nyxara, la alfa mejor amiga del alfa real. Detrás de ella, Vida.

—Kaelion, ella es Vida —anunció Milah con un brillo especial en los ojos—. Impresionante. Recursos Humanos la recomendó, y al hablar con ella, confirmé que es fascinante.

Milah, había notado pequeños huecos, detalles que no encajaban del todo… pero era lista. No insistió. Porque incluso con alguna que otra mentira disfrazada, Vida, era un prodigio.

—Hola —dijo la recién llegada, dibujando una sonrisa que no era forzada, pero tampoco nacía del alma. Sonreír así no era habitual para ella. Las únicas veces que lo había hecho de manera tan pulida… fue frente a una muerte perfectamente ejecutada. Como cuando un jefe sanguinario le pedía que eliminara a su rival más fuerte y ella lo conseguía sin titubear.

Mentiría si dijera que no extrañaba su vida pasada. Las noches de cerveza, las apuestas insensatas, los juegos de mesa donde la sangre era parte del ritual y el vino se derramaba como trofeo o castigo. Extrañaba todo eso… incluso la adrenalina de saber que podía no despertar al día siguiente.

—Vida —susurró Kaelion, por fin, escaneándola de pies a cabeza.

—¿Nos dejas solos? —le pidió a Milah, quien entendió de inmediato y se retiró con elegancia. Tenía todo un piso por atender, ella, tan solo con la ayuda de una asistente que llevaba café y documentos.

El silencio entre ellos se instaló como una presencia viva. Él tomó asiento en su imponente silla y le indicó con un gesto que hiciera lo mismo. Vida obedeció, pero en su interior algo temblaba. No por miedo… sino por una sensación extraña que solo él le provocaba. Algo que no sabía nombrar. Algo que no podía controlar.

Kaelion, se controlaba, sí. Era un alfa real, legendario. Había liderado guerras, sobrevivido a siglos de historia, se había enfrentado a monstruos que los libros ya habían olvidado. ¿Cómo no iba a poder con una humana?

—¿Eres de ascendencia asiática? —preguntó mientras hojeaba sus documentos.

—Sí, señor. Mi madre era china y mi padre estadounidense —respondió con precisión.

Tenía el poder de rechazarla. De echarla de inmediato. Pero no lo hizo. Algo en ella lo empujaba a saber más. La luna no cometía errores, ¿verdad? Si Selene la había elegido, debía haber una razón.

«Debe tener algo muy especial para que la diosa la haya puesto en mi camino», pensó. Pero aun así, ya había tomado una decisión… y pensaba cumplirla.

—Dile a Milah, que te ayude con mi agenda hasta que la domines por completo —ordenó finalmente.

Vida, esbozó una sonrisa irónica, de esas que solía usar cuando sus víctimas le rogaban piedad. Ya había visto la agenda. Milah se la había mostrado. La había memorizado en minutos. Pero debía parecer amable. Cortés. Así que forzó una sonrisa, cínica como ella misma.

—Créame, jefe… tengo todo bajo control. La ayuda de Milah, no está de más, pero dejando mi humildad a un lado, puedo empezar hoy mismo. Tengo su agenda en la cabeza. Literalmente. Creo que a ambos nos conviene que comience ya.

Kaelion, la observó con detenimiento. Esa sonrisa... ese descaro. Algo en ella lo desarmaba.

—Quédate. Hoy —le dijo finalmente. Su voz era firme, pero había una suavidad extraña en ella… como si le costara ocultar el agrado que le provocaba esa humana desafiante.

No lo iba a aceptar, claro. Pero sí. Le agradaba. Aunque su decisión estuviera tomada desde que Nyxara, rechazó a su propio mate. Él también lo haría. Aunque doliera.

—Perfecto —dijo ella con eficiencia—. Dentro de una hora debemos estar en el Hilton. Su presentación será con Dominic, el magnate. Le hablaré más de él en el camino.

Kaelion, frunció ligeramente el ceño. ¿Dominic? Claro que sabía quién era. Pero le sorprendió que ella también lo supiera.

Vida no solo hablaba con seguridad. Hablaba con conocimiento. No porque hubiera estudiado durante años, sino porque tenía el don de absorber la información como si el conocimiento fuera parte de su instinto. Había investigado. Se había preparado. Y no necesitaba diplomas para demostrarlo.

—Bien —susurró él finalmente, observando cómo ella se instalaba con naturalidad en el escritorio junto al suyo.

Como si ese lugar siempre hubiera sido suyo.

«Se siente dueña de todo», pensó. Incluso del bolígrafo olvidado sobre la mesa, que tomó como si le perteneciera. Como una intrusa que llegó sin permiso… y ya se está quedando con todo lo que la anterior dejó atrás.

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