Era noche, pero no podía dormir, así que decidió ir por unos tragos, caminando por una calle apenas iluminada, no supo en qué momento, dos hombres en moto intentaron asaltarla.
Kaelion apareció justo en ese instante con su auto. Frenó de golpe, listo para intervenir. El instinto lo impulsaba a bajar y destrozar a esos tipos con sus propias manos, pero lo que vio lo dejó clavado en el asiento: Vida no gritó, no huyó, no tembló.
Ella se movió como un rayo. Una patada certera contra el primero, un giro letal contra el segundo. En cuestión de segundos, los dos estaban en el suelo, jadeando y gimiendo de dolor, mientras ella se sacudía las manos como si hubiera espantado polvo.
El alfa real se quedó apretando el volante con fuerza. ¿Qué demonios fue eso? La había subestimado. Para él, era solo una secretaria humana, delicada, normal… pero lo que acababa de presenciar lo contradijo todo.
Un calor extraño le subió por el pecho, mitad admiración, mitad alarma. No es común. Ninguna humana se mueve así. ¿Quién eres, Vida? ¿Qué estás escondiendo?
Ella siguió su camino, tranquila, sin darse cuenta de que estaba siendo observada. Kaelion no se movió hasta que su silueta se perdió entre la penumbra. Entonces, sin poder contenerlo, soltó una risa incrédula, amarga y excitada al mismo tiempo.
—Maldición… —murmuró, encendiendo un cigarrillo y arrancando el motor—. Cada vez que intento alejarme, terminas arrastrándome más hondo.
El eco de la pelea seguía en su mente, junto con la imagen de su mirada fría y decidida. Y, por primera vez en mucho tiempo, Kaelion sintió miedo. No de los asaltantes… sino de lo que ella podía despertar en él.
Se metió a un bar y pidió un trago, intentando procesar lo que acababa de presenciar, pero como si el destino quisiera burlarse de él, pocos minutos después, la vio entrar. Sus miradas se cruzaron.
Ella lo ignoró con la frialdad de una reina que no necesita reconocimiento.
Pero, por dentro, el pulso de Vida, se aceleró. Había notado su presencia desde que cruzó la puerta, ese magnetismo imposible de ignorar. El recuerdo de sus ojos clavados en ella durante la pelea aún ardía en su piel, como si la hubiera tocado sin hacerlo. Quiso sostenerle la mirada, retarlo con descaro, pero se obligó a apartarla con indiferencia. No le daré poder sobre mí. No soy una mujer más en su lista.
Sin embargo, mientras caminaba hasta la barra, sintió cómo la garganta se le secaba y un calor incómodo le recorría el cuerpo. Era absurdo, ilógico, y por eso le dolía más: no había razón para que aquel hombre le provocara tanto. Así que eligió lo único que sabía hacer mejor que nadie: fingir que no existía.
Kaelion, desde su asiento, sonrió. No porque estuviera cómodo con el desaire, sino porque la vio temblar en el instante en que sus ojos se encontraron, además, cada rechazo suyo era como una daga que, en lugar de debilitarlo, lo encendía más. ¿Quién diablos te crees para darme la espalda?, pensó, apretando el vaso. Y por qué, maldita sea, me excita tanto que lo hagas. Esa mínima grieta en su máscara fría era suficiente para encenderlo aún más.
Esa noche, como diosa, abandonó el bar, dejándolo a él con uno y mil sentimientos y ella, ella se fue ardiendo en llamas también.
A la mañana siguiente, él estaba más que deseoso por verla y saber como iba a actuar en la oficina como secretaria, luego de haberlo ignorado en el bar.
—Buenos días, señor. Espero que su noche haya sido muy buena —saludó Vida, con voz firme pero cortés, depositando sobre el escritorio una taza de café humeante y un legajo perfectamente ordenado de documentos.
Kaelion alzó la mirada y la observó detenidamente. Todavía tenía fresco el recuerdo del bar. Esa indiferencia que lo había dejado con un ardor extraño en el pecho.
Vida arqueó una ceja al notar que él no respondía.
—¿He hecho algo mal? —preguntó, con un dejo de ironía venenosa—. No estoy acostumbrada a que me ignoren el saludo.Él salió de su trance, bajando la vista al café.
—Lo siento, no dormí bien. Buenos días, Vida. —Y entonces añadió, con un matiz que no pudo evitar—. Me alegra que te muevas por aquí como si fuera tu casa.Ella sostuvo su mirada serena, antes de sonreír con un dejo de tristeza.
—La verdad, solo intento hacer mi trabajo lo mejor que puedo… pero no me siento en casa.Sus palabras lo atravesaron. Era una confesión disfrazada. Y él, que estaba entrenado para no mostrar vulnerabilidad, sintió un pellizco en el pecho.
—Yo tampoco me siento en casa aquí —murmuró después de un silencio—. Mi lugar está en un bosque, uno que le llamamos “el Páramo”, esta en medio de un bosque, el aire frío, el olor de la tierra húmeda… eso sí es hogar. Aquí, todo me sabe a poco.
Vida lo escuchó, con la mirada fija en él. No esperaba que se abriera así. Pero no iba a dejar que esa grieta se extendiera. Sonrió calculadora.
—Entonces me entiende perfectamente. Y como hoy nos espera una montaña de trabajo… —señaló la cafetera—, más vale que tengamos suficiente café para sobrevivir.Horas después, Kaelion entró sin anunciarse en la oficina de Nyxara.
Se sentía desesperado, ansioso, la humana era más de lo que él podía soportar, era demasiado para él y no podía tenerla cerca, pero tampoco la quería lejos, y mucho menos admitir que lo desesperaba de una manera inexplicable pero buena.
—Necesito rechazarla cuanto antes —soltó, con voz baja y tensa—. Si no lo hago ahora, me será imposible después. Tiene algo… algo que me desarma.
Nyxara lo miró de arriba abajo, con un gesto entre burla y compasión.
—Si lo dices solo porque yo rechacé al mío, no lo hagas. No te condenes a lo mismo.—No la quiero como pareja —insistió él, con el ceño fruncido—. Pero la quiero aquí. Cerca. Como mi secretaria.
Se arrodilló y pronunció las palabras ceremoniales, con voz firme, aunque por dentro sintiera que se estaba partiendo.
—Listo. No siento nada, pero sé que Selene lo escuchó y acepto el rechazo, solo que no me duele nada, pensé que dolería.Él esperaba sentir un dolor en el pecho, algo físico, pero el dolor era en lo más profundo del alma, era ahí que se sentiría.
Nyxara arqueó una ceja.
—¿Seguro? —preguntó, con veneno en la voz—. No sientes nada porque ni siquiera has probado sus labios. Te lo diré, Kaelion… el rechazo no borra lo que está escrito. Solo retrasa lo inevitable.Él no contestó. Pero sus puños se cerraron con fuerza. Lo inevitable. No pienso aceptar lo inevitable.
Por otro lado, en su oficina, Vida trabajaba concentrada. Hasta que un descuido hizo que el café se derramara sobre su camisa blanca.
—Maldición… —bufó, intentando limpiar la mancha con servilletas.
Kaelion, que hablaba por teléfono, cortó de inmediato y se acercó.
—Déjame —ordenó, sin pedir permiso.Se quitó el saco oscuro y lo colocó sobre sus hombros. El calor de la tela la envolvió de inmediato, junto con su aroma: madera, cuero, humo y un rastro salvaje que se le metió en la piel como un veneno dulce.
—Ahora no pareces mi secretaria —comentó con media sonrisa, inclinándose hacia ella—. Pareces alguien a quien invitaría a perderse conmigo en mitad de la tarde.
Vida lo miró con frialdad, aunque por dentro la sangre le hervía.
—Solo manché una camisa. No necesito un héroe.Kaelion acercó la boca a su oído, apenas rozando la piel con su aliento.
—No es por salvarte —susurró, grave—. Es porque me gusta verte con algo mío encima.Sus dedos rozaron su cuello al ajustar el saco. Un roce mínimo, pero lo bastante eléctrico como para que el aire entre ambos se volviera insoportable.
Ella tragó saliva y dio un paso atrás.
—Me voy. Nos vemos mañana.Salió con el saco puesto, sin mirar atrás. No lo devolvió. No podía. El olor era un veneno que no quería curar.
Kaelion la siguió con la mirada, con una mezcla de rabia y deseo. ¿Qué diablos eres, Vida?