El bar estaba envuelto en un silencio espeso, apenas iluminado por luces rojas y azules que parpadeaban como si quisieran ahogar el humo acumulado en el aire. La música sonaba lejana, como un murmullo que no lograba atravesar la densidad de la tensión entre ellas. Vida sostenía el vaso con la mirada fija en el hielo que se deshacía lentamente. A su lado, Milah tamborileaba con los dedos sobre la mesa, impaciente, sin atreverse a preguntar de inmediato.
Ella no había escuchado lo que aquel hombre había dicho; estaba demasiado ocupada derramando sangre unos minutos antes, demasiado centrada en sobrevivir. Pero Vida… Vida seguía atrapada en aquellas palabras que se le habían incrustado en la mente como un veneno.
“Soy un viejo amigo de tu padre.”
¿Un amigo real, o un enemigo disfrazado? La duda se le clavaba como un anzuelo. Podría ser alguien que había jurado venganza contra Lucian y que ahora la buscaba a ella como moneda de cambio.
La idea la sacudió. Nadie debía saber que estaba viva