—El trabajo es para Vida —dijo Long, causando mucho enojo en un tipo al que le decían “la daga”, uno que si Vida no existiera, fuera el mejor.
—Pensé que era mío —reclamo la daga.
—Quieren a Vida, iras por ese dinero, si se complica, los matas a todos —ordeno Long—. El tipo dijo que enviara a Vida, lo que me huele mal, quizá sus intenciones no es pagar el encargo, sino acabar con Vida, pero está bien, que lo intente.
Long sabia que, de alguna manera, su chica era invencible, así que si el tipo quería acabar, con ella, le daría le gusto de intentarlo.
La mansión se alzaba como un monstruo de cristal y mármol en medio de la noche. Desde afuera brillaba como un palacio, pero en el aire se respiraba pólvora, silencio afilado y la sospecha de que cada centímetro estaba diseñado para atrapar intrusos.
Vida y Milah cruzaron el umbral con paso seguro, como dos mujeres que parecían invitadas de gala y no asesinas enviadas a cumplir un contrato imposible. El portón de hierro se cerró detrás de