Kaelion había invitado a su manada, solo los de la empresa, a su mansión en el páramo, para fortalecer el vínculo, puesto que lo que había pasado con la muerte de todos los desterrados, de paso el de la luna real y de la omega, los tenía abrumados, por ello, a Nixara se le ocurrió que sería reconfortante hablar, y pasar tiempo en manada.
Los lobos estaban reunidos alrededor del fuego, bajo las estrellas y una luna muy brillante, mientras hablaban en voz baja sobre el futuro de la manada.
—Si Kaelion no tuvo un heredero con su elegida, la luna no dejará al mundo sin alfa real —dijo uno, con el ceño fruncido.
—Ese cachorro ya debe estar en camino —respondió su hembra, acariciándose el vientre abultado con esperanza de ser más que bendecida.
El aire se llenó de murmullos. Nadie envidiaba a la familia que recibiera al nuevo alfa real, porque no era un título heredado ni un privilegio que se pudiera reclamar. Era un don de la luna, y cuando ocurría, todos lo aceptaban como una bendición.