El dije ya se había iluminado antes, pero ella jamás había puesto mente; siempre se decía a sí misma que era su imaginación o el metal contra la luz. Sin embargo, ese día fue diferente. Lo tenía en el pecho, ardiendo como un secreto imposible de ocultar, y tenía a Silas siguiéndole la locura.
Quizá no estaba loca por pensar lo que pensaba, sino por no querer creer lo que estaba a la vista.
—Todo esto es real —preguntó, al mismo tiempo que lo miraba, cargando en esa pregunta muchas más.
Él no respondió de inmediato. Sus ojos se clavaron en los suyos, y en ese silencio Vida sintió la confirmación que temía. Un nudo se le formó en la garganta, y antes de permitir que las lágrimas brotaran, cambió de tema.
—Sabes qué… estamos… algo en el ramen. Cuéntame cómo vas con tu trabajo.
Habló rápido, casi atropellada, como si esa distracción pudiera arrancarle de la cabeza la verdad que no estaba lista para aceptar. Mientras no se quitara aquella cadena, pensaba y actuaba como humana, y prefería