Esa noche la estaba abrazando fuerte; ella dormía entre sus brazos. No lo habían hablado, simplemente había surgido la costumbre de dormir juntos, abrazados, dándose calor.
De pronto, un escalofrío le recorrió la espalda. La habitación se volvió más fría, como si la sombra de algo antiguo se hubiera colado entre las paredes. El demonio se levantó con cuidado de no despertar a Vida. Sus ojos se volvieron rojos y se puso alerta.
No vio a nadie, pero lo sintió: una presencia oscura, peligrosa, moviéndose como un presagio alrededor de Vida.
—Se acerca… —murmuró, con la certeza clavada en el pecho—. Y no tengo fuerzas para detenerlo, pero daré la vida por protegerte, Vida.
Volvió al lado de la mujer y se acostó junto a ella, siempre alerta, pendiente de que nada sucediera.
A la mañana siguiente, ella despertó dispuesta a dejar sus problemas a un lado y seguir adelante. Le gustaba su trabajo.
—Te miras muy bella —halagó el delgado hombre—. Te hice café.
Le tendió un termo con la bebida. E