La confesión fingida no solo había relajado la vigilancia de Marko; había transformado la energía misma de la suite. El aire, antes cargado con la tensión de un duelo a cuchillo, ahora circulaba con la pesadez de un matrimonio disfuncional pero establecido. Yo era la esposa convaleciente, él el marido atento. Y en este nuevo escenario, mi objetivo se afinó. Marko era una fortaleza inexpugnable por ahora, pero toda fortaleza depende de su eslabón más débil. Para mí, ese eslabón era Elara.
La enfermera era un enigma. Su eficiencia era robótica, su impasibilidad, inquebrantable. Pero no era un guardia. Su herramienta no era un arma, sino un estetoscopio. Su juramento, aunque enterrado, debía ser el de cuidar, no el de custodiar. Mi misión, en mi nuevo rol de esposa resignada y reflexiva, era excavar hasta encontrar los restos de ese juramento.
La oportunidad se presentó durante su visita del mediodía. Ya no portaba la bomba de alimentación, solo su maletín de instrumentos. Mientras coloc