El jardín no fue solo un permiso; fue un punto de inflexión psicológico. Para Marko, confirmó que su método—la combinación de lujo, control y falsa normalidad—estaba dando resultados. Para mí, fue la inyección de un combustible letal: la certeza verificada de que mi equipo estaba ahí, y un terreno nuevo para analizar.
Durante los días siguientes, perfeccioné mi personaje. Ya no era la esposa dócil; era la esposa resignada. La diferencia era sutil pero crucial. La dócil obedece; la resignada ha dejado de luchar internamente. Empecé a participar en las conversaciones, a hacer preguntas sobre su día que sonaban genuinamente interesadas, a elegir la música para las veladas. Incluso sugerí un libro de la biblioteca, una novela histórica que sabía que a él le gustaba. Cada gesto era un hilo en la red que estaba tejiendo a su alrededor.
Él lo notaba. Su satisfacción era palpable. Ya no me vigilaba con la intensidad de un carcelero, sino con la posesividad relajada de un marido. Los guardias