Me puse una blusa de maternidad color lavanda, suelta y cómoda, y unos pantalones beige. Recogí mi cabello en una trenza floja y respiré profundo frente al espejo. La tristeza seguía ahí, escondida detrás de mis ojos cansados, pero debía disfrazarla. Al menos por hoy.
Fui hasta la habitación de mi madre y toqué la puerta con suavidad.
—Mamá, despierta, ya es tarde. —Dije intentando sonar alegre.
—¿Tarde? —respondió medio dormida—. ¿Qué hora es?
—Casi las diez, y hoy te secuestro. Vamos a tener un día de chicas.
Ella abrió un ojo con curiosidad y me miró con una sonrisa perezosa.
—¿Un día de chicas? No escuchaba eso desde que tenías quince años.
—Pues ya era hora de retomarlo. —dije riendo—. Vamos a salir, mamá. Nada de quedarse encerradas aquí.
—Está bien, hija, pero necesito una ducha y un café. En ese orden. —dijo arrastrándose hacia el baño.
—Te espero abajo. —le respondí antes de cerrar la puerta.
Bajé las escaleras y me encontré con Luis, el mayordomo, acomodando un ramo de flore