Me quedé tumbada en su cama, envuelta en las sábanas que aún olían a él, con la piel aún ardiendo por todo lo que acabábamos de hacer. Nikolay se había vestido deprisa —aunque no sin lanzarme una última mirada oscura— y salió de la habitación murmurando algo sobre ir por agua. No le respondí. No podía. Tenía el cuerpo flotando y la mente enredada. Me giré sobre su almohada, exhalé lento. Y entonces, como si el pasado esperara el momento más vulnerable para regresar, el teléfono sonó.
La pantalla del móvil brilló sobre la mesa. Vibró una vez. Luego otra.
Lo miré sin tocarlo.
"Papá".
No tenía ese nombre guardado. Solo el número. Pero sabía que era él. Porque siempre vuelve. Como las cosas que uno creía enterradas.
No sé por qué contesté. Tal vez por curiosidad. Tal vez porque me apetecía escupirle a la cara todo lo que aún arde.
—Vaya —solté, con la voz afilada—. Pensé que me habías olvidado después de firmar tu obra maestra. Vender a tu propia hija.
Del otro lado hubo silencio. Solo su