Volví a sentarme en la encimera con una taza de café recién hecho, en la misma cocina donde Lara se había retirado hace rato. El silencio empezaba a parecerme sospechoso. Demasiado silencio para una casa donde vivía yo.
Fue entonces cuando escuché el sonido. Ese abrir y cerrar de puerta suave, preciso. Sin apuro, pero con esa clase de firmeza que solo él tenía. Mis dedos rodearon la taza con algo que no era impaciencia, pero sí curiosidad disfrazada de desinterés. No tardó en aparecer por la puerta.
Traje negro, sin corbata. Cuello de camisa desabrochado, mirada intensa. Nikolay.
—¿Y bien? —pregunté, como si acabara de volver de hacer la compra y no de una reunión con potenciales asesinos, criminales o lo que sea que hicieran esos tipos con los que se reunía.
Me miró sin decir nada al principio. Se acercó a la cafetera, se sirvió sin pedirme opinión, y solo entonces habló.
—Todo está en orden. —Su voz era tan neutra como su expresión. Pero ese pequeño movimiento de mandíbula... sí, al