Nikolay leía el periódico como si la paz mundial dependiera de ello. Sentado en la cocina, con su camisa negra perfectamente abotonada hasta el cuello y el gesto más serio del universo, parecía más un villano de novela que el hombre que anoche me había susurrado al oído que no pensaba dejarme ir nunca.
Pero claro, eso fue anoche. En la oscuridad. A solas.
Ahora, frente a Lara y su sartén humeante, Nikolay era otra vez el señor hielo.
—¿Quieres más café? —preguntó Lara, acercándose con la cafetera.
—Para mí sí. Él seguro no necesita más oscuridad en su interior —respondí, estirando la taza con una sonrisa.
Lara soltó una risita y se alejó, fingiendo no haber oído. Nikolay, por su parte, ni se inmutó. Siguió leyendo.
—¿Sabes que es una falta de educación no mirar a tu encantadora compañera de desayuno? —intenté, inclinándome hacia él.
—Estoy leyendo —dijo sin levantar la vista.
—¿Y si el periódico se incendia misteriosamente? —musité, apoyando el codo en la mesa y la barbilla en la mano