El amanecer se filtraba con timidez por las cortinas de la suite. El mundo exterior comenzaba a despertar, pero dentro de aquellas paredes, el silencio era más pesado que cualquier ruido. Camila abrió los ojos lentamente, aún con el recuerdo tibio de la noche anterior grabado en su piel. Había cedido, se había permitido sentir y entregarse, aunque una parte de ella aún gritaba que debía tener cuidado.
Alejandro seguía dormido a su lado, su respiración profunda y serena contrastaba con la agitación que recorría el pecho de ella. Lo observó en silencio: incluso en reposo, conservaba esa fuerza inquebrantable que lo definía. Pero había algo más, un gesto vulnerable en su rostro que rara vez dejaba ver. Por un instante, Camila se permitió imaginar un futuro donde él no fuera el implacable magnate, sino simplemente un hombre capaz de amar sin reservas.
Se levantó despacio, buscando no despertarlo. Caminó hasta la ventana y corrió ligeramente la cortina. La ciudad se extendía frente a ella,