El amanecer trajo consigo un aire enrarecido. En el penthouse, la calma que Julia y Sebastián habían encontrado la noche anterior parecía un espejismo que se desvanecía con la primera llamada de teléfono. Sebastián atendió de inmediato, su expresión transformándose en la de siempre: fría, calculadora, el hombre de negocios implacable.
Julia lo observaba desde el sofá, con la manta aún sobre los hombros. Reconocía ese rostro, esa rigidez en sus gestos: era la máscara del poder. Y aunque lo había visto muchas veces, ahora le dolía más que nunca.
—¿Qué sucede? —preguntó cuando él colgó.
Sebastián respiró hondo, como si las palabras fueran cuchillas en su lengua.
—Una traición. —Su voz era firme, pero sus ojos delataban el torbellino interno—. Uno de mis socios filtró información confidencial. Los contratos que sostienen mi imperio están en juego.
Julia se incorporó, alarmada.
—¿Y qué significa eso?
—Que todo puede venirse abajo. —Él se giró hacia ella, con una mezcla de rabia y dolor—. Y