El viento golpeaba con fuerza los ventanales del penthouse, como si la ciudad entera quisiera irrumpir en la vida de Sebastián y Julia. La tormenta que caía sobre la metrópoli parecía reflejar la que ellos mismos llevaban dentro.
Julia estaba de pie frente al cristal, mirando las luces distorsionadas por la lluvia. Su reflejo la observaba con ojos cansados, como si la mujer que había llegado hasta allí ya no fuera la misma que había dado aquel primer paso en el mundo de Sebastián. Había cambiado. El amor la había transformado, pero también el poder que lo rodeaba, un poder que quemaba todo lo que tocaba.
—No deberías quedarte ahí —dijo Sebastián desde la penumbra, su voz grave atravesando el murmullo de la tormenta.
Julia no se giró.
—Es más fácil enfrentar la lluvia que tus silencios.
Él se levantó del sillón, sus pasos resonando sobre el piso de mármol.
—No son silencios, Julia. Son verdades que me han acompañado demasiado tiempo. Y ahora me están alcanzando.
Ella giró lentamente, c