Rastros.

El silencio era tan profundo que podía oír su propio pulso.

El refugio estaba a medio derrumbar, con el techo goteando y las paredes cubiertas de polvo metálico. Una vieja lámpara colgaba del cable expuesto, parpadeando cada tanto.

Isela abrió los ojos, con la sensación de haber caído desde muy alto. Su respiración era irregular, los pensamientos aún desordenados, como si su mente se resistiera a aceptar lo real.

Damian estaba allí. Sentado junto a ella, con la camisa manchada de sangre seca, sosteniendo un pequeño frasco y una venda. La observaba en silencio, con esa mezcla de alivio y culpa que la hacía sentir algo más que humana.

—Te desmayaste cuando salimos del túnel —dijo, con voz baja.

—¿Cuánto tiempo…?

—Horas. Selena fue a buscar suministros. No sabemos si los drones aún nos rastrean.

Isela intentó incorporarse, pero el cuerpo no le respondió del todo. Damian la sostuvo sin pensarlo, una mano firme en su espalda, la otra sujetando su muñeca.

El contacto fue breve, pero suficie
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