Resonancia.
El aire estaba cargado de polvo y electricidad estática.
Cada paso que daban resonaba en los túneles como si el propio suelo los observara. Las luces parpadeaban de forma errática, iluminando fragmentos del camino y dejando al resto sumido en sombras.
Selena avanzaba al frente, con la vista fija en el dispositivo de rastreo que llevaba en la muñeca. Detrás de ella, Isela caminaba en silencio, los pensamientos girando a una velocidad que apenas podía sostener.
Damian iba unos metros detrás, observándola.
Había aprendido a reconocer cuando ella estaba recordando: los músculos de su cuello se tensaban, el parpadeo se hacía más lento y la respiración se volvía irregular.
Era el mismo patrón de siempre, el preludio antes de un colapso o una epifanía. Solo que esta vez, él no podía detenerlo, ni quería hacerlo.
Isela se detuvo de pronto. Tocó la pared fría del túnel, con los dedos temblando.
—Ya hemos pasado por aquí antes —susurró, casi sin voz.
Selena giró apenas la cabeza, sin mirarla.
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