Perseguida.

Isela llegó temprano el jueves, con los auriculares puestos y la cabeza baja, intentando perderse en la rutina. Quería que ese día fuera distinto, normal. Sin mensajes, sin sombras, sin Damian invadiendo su mente a cada segundo.

Entró a la biblioteca con su café y sus apuntes. A esa hora, el lugar estaba casi vacío; solo se escuchaba el zumbido del aire acondicionado y el pasar de las páginas. Se instaló en una mesa cerca de una ventana, desde donde podía ver la lluvia caer en hilos. Sacó su portátil, respiró hondo y se obligó a abrir el ensayo que debía entregar el lunes.

Intentó concentrarse, pero el texto se desdibujaba ante sus ojos. Cada vez que tecleaba, la memoria del mensaje de anoche volvía como un flash, y el nudo en su estómago se apretaba.

“Esta vez te dejé llegar a casa.”

La frase brillaba en su cabeza como un neón.

— ¿Puedo sentarme aquí? —la voz de Livia rompió sus pensamientos.

Isela levantó la vista. Livia sonreía con su habitual energía, con una carpeta bajo el brazo
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