Capítulo 4 – Ariana

El sol apenas comenzaba a asomarse cuando desperté, como casi siempre, antes del primer sonido de mi alarma. Me gustaba adelantarme al ruido, al caos, al mundo. Sentarme en la cama, respirar y recordarme quién era. Ariana Soler. Directora de Noir Éternel. Mujer hecha a sí misma. Heredera de un imperio envuelto en sombras. Hija de Elena Delacroix… desaparecida.

El piso de mármol helado bajo mis pies me devolvió al presente. Caminé hasta el ventanal de mi habitación, abrí las cortinas con un solo tirón y contemplé la ciudad que se desplegaba a mis pies como una promesa envenenada. Desde el ático se veía todo: el centro, los tejados antiguos, los autos apresurados. Poder. Soledad. Fantasmas.

Había aprendido a cargar con todo eso sin quebrarme.

Vestirme era otro acto de control. Elegí un conjunto blanco de pantalón de lino y blusa entallada. Me recogí el cabello negro en un moño bajo, dejando que algunos mechones cayeran deliberadamente. Me delineé los ojos azules con precisión quirúrgica. Todo debía estar en su lugar. Siempre.

—¿Desea que le prepare el desayuno aquí o en el comedor, señorita Soler? —preguntó Paris, asomándose desde el pasillo.

Paris. Mi refugio y mi única testigo.

—Aquí está bien —respondí sin girarme—. Solo café y fruta.

—Ya está en camino —asintió ella, y desapareció tan silenciosa como siempre.

Paris había estado conmigo desde que tengo memoria. Fue ella quien me sostuvo cuando mamá no volvió, quien me abrazó cuando mi padre se volvió piedra. Una mujer reservada, pero ferozmente leal. Sabía más de mi historia que nadie. Y aún así, había cosas que ni siquiera con ella me atrevía a compartir.

Como ese sueño recurrente. Mamá con un vestido blanco corriendo hacia mí entre los árboles del jardín… y justo cuando iba a alcanzarla, se desvanecía. Siempre.

Mi celular vibró sobre la mesa. Un recordatorio de la junta con el consejo a las diez. Otra con proveedores en la tarde. Reuniones, decisiones, contratos. Había convertido Noir Éternel en mi escudo. La línea de cosmética femenina que mi madre fundó en silencio cuando yo era niña. Yo la había rescatado del olvido, la convertí en una marca internacional. Cada labial, cada sérum, cada anuncio con mi rostro, era una forma de gritarle al mundo: “Ella existió. Y yo también”.

El día transcurrió entre saludos con sonrisas estudiadas, informes de ventas y aprobaciones de campañas. Nada se salía de lo previsto. Hasta que entré a mi oficina después del almuerzo y encontré un sobre sobre mi escritorio.

Era de papel grueso, sin remitente. Mi nombre escrito a mano en una letra que no reconocí. Algo en mi estómago se encogió.

Miré a mi secretaria.

—¿Quién dejó esto?

—No lo sé, señorita. Cuando regresé de almorzar ya estaba ahí. Pensé que usted lo había dejado esta mañana.

Lo abrí. Dentro, una sola hoja doblada.

> “Todo lo que crees saber es solo una parte. Elena no se fue. La hicieron desaparecer. Empieza por Mourad Bellarbi.”

Mis piernas temblaron. Apoyé las manos sobre el escritorio y cerré los ojos por un instante.

Mourad. El nombre me sonaba. No era nuevo. Me remontaba a las conversaciones a medias entre Paris y papá. ¿Un jardinero? ¿Un hombre de confianza de mamá? ¿Un amante?

Sentí un vértigo familiar. No era la primera vez que alguien pretendía jugar conmigo usando el nombre de mi madre. Pero esto… esto no era un tabloide. Era privado, directo. Y el nombre Mourad removía algo muy específico en mi memoria.

—Paris —dije por el intercomunicador—. ¿Puedes venir, por favor?

Ella apareció en segundos, como si ya hubiera estado esperando el llamado.

—¿Lo conociste? A Mourad Bellarbi.

Su expresión se congeló por una fracción de segundo.

—¿Dónde escuchaste ese nombre?

—Solo dime si lo conociste.

Paris dudó. Algo que jamás hacía.

—Era jardinero en la casa de campo. Trabajó allí por años. Tu madre confiaba mucho en él. Después de que… desapareció, él también lo hizo. Nunca supe más.

—¿Crees que tuvo algo que ver?

—No lo sé, Ariana. Pero sí te diré esto: tu madre tenía secretos. Muchos. Y no todos eran inocentes.

La confesión me golpeó como una bofetada. ¿Qué secretos? ¿Por qué nadie había dicho nada antes? ¿Y por qué ahora?

Me encerré en la oficina, abrí la computadora, busqué su nombre. Nada. Ni una red social, ni una noticia, ni una mención reciente. Pero algo me dijo que no sería fácil.

Y por primera vez en años, decidí que no iba a dejarlo pasar.

---

Esa noche no dormí. Me puse una bata de seda, caminé descalza por mi sala amplia con vistas al río. El sobre seguía sobre la mesa. Lo había leído diez veces. Las palabras resonaban como una campana vieja.

Elena no se fue. La hicieron desaparecer.

Si alguien estaba detrás de esto, si era real, entonces había personas que no querían que supiera la verdad. O personas que querían que la encontrara. Y ambas opciones eran igual de peligrosas.

Toqué el piano. Una melodía suave, la misma que mamá solía tocarme. Mis dedos se movieron solos, como si el recuerdo viviera en mi piel.

—¿Dónde estás, mamá? —susurré.

Detrás de mí, Paris apareció con una manta.

—Te harás daño si sigues sin dormir.

—¿Alguna vez creíste que estaba viva?

Ella tardó en responder.

—A veces… quiero creerlo. Pero después de tanto tiempo…

—No me respondas como cuidadora, Paris. Respóndeme como mujer. Como madre.

Ella bajó la mirada.

—Sí. Lo creí. Pero no sé si fue esperanza… o culpa.

Esa noche, decidí algo más. Necesitaba respuestas. Reales. Y si no podía conseguirlas sola, iba a contratar a alguien que lo hiciera.

---

Dos días después, estaba sentada en la terraza de un café discreto en el centro, esperando a un hombre que, según Paris, podía encontrar hasta al diablo si se lo proponía.

Llegó puntual. Traje gris, rostro anguloso, mirada de acero. Se presentó como Etienne. No dio su apellido.

—¿Qué sabe de Elena Delacroix? —le pregunté sin rodeos.

—Lo suficiente para saber que su desaparición fue algo más que un escape —respondió sin pestañear—. Y que su nombre todavía hace temblar a gente muy poderosa.

—Quiero encontrarla. O al menos saber qué pasó. ¿Puede hacerlo?

—Sí. Pero si acepto este caso, no habrá vuelta atrás. Usted removerá cosas que han estado dormidas mucho tiempo.

—Ya estoy despierta.

Él asintió, como si esperara esa respuesta. Nos dimos la mano y supe que ese sería el comienzo de una búsqueda que cambiaría todo.

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