Ariana
Me senté frente al ventanal de mi apartamento, con las luces apagadas y una taza de té frío entre las manos. Afuera, la ciudad seguía latiendo como si no supiera que dentro de mí algo se estaba rompiendo. El rostro de Aarón seguía viniendo a mi mente como un eco, pero no era eso lo que me tenía insomne esa noche. Era lo que había descubierto Lucas.—No te va a gustar lo que tengo que decirte —me había advertido por teléfono, y su tono fue suficiente para erizarme la piel.Ahora tenía frente a mí los informes. La carpeta estaba abierta en la mesa del comedor, como si esperara que yo la asimilara con más calma. No podía. Fabio Santino había salido del psiquiátrico poco después de haber ingresado, y aunque su rastro se había diluido por años, Lucas lo había ubicado en una clínica privada hace menos de seis meses. Lo inquietante era la proximidad. Su ubicación actual quedaba a solo cuarenta minutos de la ciudad.Me levanté y me acerqué a la car