Capítulo 5 – Ariana

Era la segunda vez en pocos días que volvía a esa casa. La vieja casa familiar, aquella que en mi memoria guardaba un poco de la luz de mi infancia y toneladas de secretos que parecían susurrar en cada rincón. Aquel lugar, que en la primera visita me había golpeado con el peso del tiempo detenido y la ausencia de mi madre, ahora parecía jugar con mi mente. Como si la casa misma estuviera viva, respirando conmigo y observando cada uno de mis movimientos.

Me senté en el vestíbulo, mirando el gran ventanal que daba al jardín descuidado. Afuera, el viento movía las ramas de los árboles, lanzando sombras inquietantes sobre las paredes desconchadas. Mi cuerpo estaba tenso, pero no por el frío. Era una mezcla de miedo, expectación y una paranoia que se iba apoderando de mí con cada segundo que pasaba.

—¿Estás segura que quieres seguir con esto? —la voz de Paris sonó a mi lado, tan real como el palpitar de mi corazón.

Paris siempre había sido mi roca. Desde que mamá desapareció, ella fue más que una niñera, fue mi guardiana, mi confidente, mi familia. Sin embargo, en estos momentos parecía la única persona cuerda entre tanto caos que sentía dentro.

—No puedo detenerme ahora —respondí, apretando los puños sobre mis piernas—. Ya estuve aquí, recordé, sentí el silencio. Ahora necesito encontrar las piezas que faltan. Si la casa quiere hablar, yo la escucharé.

Paris me miró con esos ojos de paciencia infinita, pero pude ver que también la preocupación le quemaba en el alma.

Me levanté con lentitud, casi temerosa. Cada paso hacía que el suelo de madera chirriara, como un aviso o una queja. Al entrar en el despacho de mamá, el aire parecía más denso. El olor a polvo y a viejo se había mezclado con algo que no lograba identificar: un aroma metálico, casi a sangre seca.

—No me digas que esto ya te da miedo —Paris intentó bromear, pero su voz temblaba un poco.

Suspiré, intentando quitarme esa sensación incómoda que me empezaba a invadir.

Me acerqué al escritorio, buscando entre los papeles que la primera vez nos habían dejado tantas preguntas. Recordaba aquella caja metálica con la llave oxidada y el sobre con la frase inquietante: "No confíes en nadie. La verdad está enterrada en los muros que nadie mira."

Esta vez, decidí mirar más allá de lo evidente. Mis dedos repasaron cada rincón del escritorio, apartando papeles, libros y frascos de perfume.

—Mira aquí —le dije a Paris, señalando una pequeña rendija en el escritorio, casi invisible—. Esto no estaba en mi primera visita.

Juntas tratamos de abrirla. El corazón se me aceleró cuando sentí que la madera cedía bajo la presión de mis dedos. Dentro había un pequeño compartimento con varios documentos y fotografías que no habíamos visto antes.

Tomé una foto que parecía reciente, pero descolorida. Era una imagen de mamá con un hombre que nunca había visto, ambos con miradas tensas y poses rígidas. A un lado, una nota escrita a mano: "No te fíes de Samuel."

El nombre de mi padre me atravesó como una daga. ¿Qué significaba eso? ¿Mi madre había sospechado algo y por eso desapareció? La paranoia creció dentro de mí, como si en esa casa se estuvieran moviendo sombras invisibles, acechándonos.

—¿Crees que alguien nos está observando? —susurré a Paris, con la voz quebrada.

Ella me miró serio, asintiendo lentamente.

—No puedo asegurarlo, pero esta casa... no es normal. Hay secretos que alguien quiere mantener enterrados.

De repente, un ruido seco nos sobresaltó. Miramos hacia la puerta entreabierta del despacho, pero no había nadie.

Mi respiración se hizo rápida, mi cuerpo temblaba, y una gota fría de sudor recorrió mi espalda.

—Debe ser el viento —traté de convencerme—. Es solo el viento.

Pero la paranoia se había instalado en mi mente, haciéndome sentir que cada sombra, cada rincón, podría esconder algo que nos vigilaba.

Decidí continuar, ya no había marcha atrás. Saqué el diario de mamá y lo abrí por donde habíamos dejado la última vez. Leí de nuevo aquellas palabras: "No puedo confiar en nadie. Samuel no es el hombre que pensé que era."

Mientras mis ojos recorrían la tinta, sentí una mezcla de rabia y tristeza. ¿Cómo pudo mi madre vivir con ese miedo? ¿Por qué nadie me había protegido de esa verdad? ¿Y qué implicaba eso para mí ahora?

Paris se sentó junto a mí, apretando mi mano con fuerza.

—No estás sola, Ariana. Vamos a descubrir qué pasó, paso a paso.

Esa promesa me dio algo de calma, pero no suficiente para desterrar la sensación de que algo oscuro y peligroso se escondía detrás de cada puerta, de cada sombra.

Esa noche, al regresar a mi departamento, el eco de la casa me perseguía. Sentía que me vigilaban, que alguien había prendido una luz roja en mi pecho que no podía apagar. Dormí con un ojo abierto, y al despertar, las primeras imágenes de mi infancia, con mamá y París junto a mí, se mezclaron con el miedo y la incertidumbre.

Pero también me despertó una nueva determinación. El misterio de la casa, de mamá y de nuestra familia no se resolvería huyendo. Tenía que ser valiente, empoderada, y enfrentar todo eso. Por mí, por ella, y por la mujer que ahora era, fuerte y decidida a romper las cadenas del pasado.

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