Ariana
No dormí esa noche. No por completo. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes del rostro de Aarón me invadían, esa mirada intensa, la manera en la que se quedó parado en el umbral de mi casa, como si estuviera viendo un fantasma. O como si, por fin, hubiese encontrado lo que llevaba tanto tiempo buscando.El amanecer me encontró sentada en la sala, con una taza de té frío entre las manos. Isadora no tardó en aparecer, con el ceño fruncido y una manta que me arropó sin decir palabra. Se sentó frente a mí. Sabía que yo no iba a hablar todavía, pero también sabía que cuando lo hiciera, lo contaría todo.—Lucas viene en camino —dijo al fin, con voz suave—. Me llamó esta mañana. Dijo que tiene algo.Asentí, sin dejar de mirar la ventana. Las calles ya comenzaban a llenarse de ruido, pero dentro de mí todo estaba en pausa. Sentía que algo se avecinaba, como si una puerta invisible estuviera a punto de abrirse. Y, al otro lado, esperaba la verd