Ariana Soler
La ciudad había perdido todo color. Incluso el cielo, normalmente tibio y apacible a esa hora de la tarde, había adquirido un matiz gris, opaco, como si se solidarizara con el temblor que aún me recorría el cuerpo.Regresé a casa sin saber cómo. Las calles eran un borrón de luces y bocinas. Me senté en el suelo del salón, sin energía para alcanzar el sofá, con el expediente entre mis manos. El mismo documento que confirmaba que durante años, mi madre había sido tratada como una paciente psiquiátrica sin nombre. Oculta. Invisible.Me dolía la cabeza, los ojos, el alma. Me dolía todo.Esa noche, no dormí.Pegué las fotocopias en la pared de mi estudio, como si armar una línea del tiempo pudiera devolverme algo de control. Desde la foto de ella a las afueras del psiquiátrico, hasta el informe que mencionaba su desaparición dos días después. Había una firma en la parte inferior del documento final. Un nombre que se me clavó como