36. El hombre que volvió del ruido
La hostería quedó atrás como un recuerdo que prefería no mirar demasiado de frente. Caminé sin apuro; quería que el pueblo me reconociera antes de que ella lo hiciera, como si necesitara permiso para volver a pisar estas calles. El pueblo se abre como un libro conocido que uno aprendió a leer tarde, con frases que antes parecían obvias y que ahora duelen por su simpleza. Tomé la calle de la escuela, después la de la plaza, y sentí que los ojos me traicionaban con humedad. No era nostalgia. Era algo parecido al arrepentimiento.
La vi antes de pensar qué decir. Sentada en el escalón de la tienda cerrada, con la libreta en las rodillas, la mirada fija en un punto donde el viento se entretenía moviendo polvo como si quisiera dibujarle un camino. Su perro me vio primero: una alerta tensa, un gruñido breve, y luego ese meneo de cola que declara paz antes incluso de que uno la pida. Me detuve a dos pasos, sin saber si avanzar era un acto de valentía o de egoísmo.
Ella levantó la cabeza. No h