Mi pensión es un conjunto de paredes delgadas y sueños en proceso. Me preparo un café, abrazo a mi pequeño lobito para no sentirnos tan solos, y trato de no pensar en sus ojos, aunque no es posible, esos ojos verdes, profundos, intensos. después de dar vueltas en la cama un rato, quedo dormida.
Al día siguiente, ya listos para salir, la ciudad huele a oportunidad una que no quiero desaprovechar. En la oficina, todo va más rápido. Me asignan un proyecto importante, para ser nueva es una gran responsabilidad y apenas tengo tiempo de respirar, cuando una notificación aparece: “Terraza. 10 minutos. Trae al peludo.”
Subo. Está ahí. Fran. Apoyado contra la baranda, camisa blanca arremangada. Me mira y sonríe apenas.
—Venía por el café que me debías —dice.
—No me gusta deber —respondo, y esa sonrisa suya hace que olvide el aire por un segundo.
Nos sentamos. Mi pequeño lobito se acomoda en sus piernas, encantado, como si lo conociera de antes. Lo miro jugar con su pelo, tranquilo, natural. No es el tipo de hombre que imaginas acariciando nada.
—¿Por qué viniste a la ciudad? —pregunta.
—Porque quería probarme —respondo—. Y porque si me quedaba, me iba a olvidar de lo que soñaba desde que tenía cinco.
—Y ya lo encontraste —dice. No es una pregunta.
—Tal vez —susurro.
Le devuelvo la pregunta y su silencio me dice más que cualquier historia. Hay algo en su mirada que huele a pérdida, algo que equilibra su perfección.
La charla se rompe cuando llega un mensaje urgente. Reunión. Piso 14.
Entramos a la sala, y ya se encontraba el Gente de Legal, Relaciones Públicas, Recursos Humanos. Hay un video en la pantalla: el incidente del ascensor. No fue grave, pero los medios lo exageraron. Se buscan culpables. Se lanzan miradas, esperando una respuesta.
—¿Quién era el encargado del generador? —pregunta alguien.
Fran no dice nada. Hasta que, finalmente, lo hace.
—Yo lo arreglé —dice—. Me encargaré de hablar con el proveedor.
Lo defienden poco. El silencio es más cruel que la culpa. Entonces el director me mira.
—Laurent, necesitamos una versión pública. Algo humano.
Trago saliva. Abro mi portátil. Escribo, leo, borro y vuelvo a escribir, tenía nervios de no hacerlo bien, pienso en lo que la gente quiere leer cuando tiene miedo, palabras de sinceridad, sin excusas. Despues de unos minutos envío el comunicado.
El director asiente. —Perfecto. Buen trabajo.
Cuando salgo, él me espera junto a la puerta. —Buen correo —dice—. Y buena voz.
En mi interior daba brinquitos de felicidad. —Te debo un café de verdad —respondo.
—Dos —contesta—. El generador y el comunicado.
La lluvia cae otra vez cuando llegamos a la calle. Caminamos bajo su paraguas. Me sostiene del brazo al cruzar, cuando un auto frena tarde. Mi corazón golpea tan fuerte que siento que puede oírlo.
Su mano no me suelta. Sus ojos me miran como si en ellos hubiera una advertencia y una promesa al mismo tiempo.
Y sé que algo acaba de comenzar.