23. Tormenta adentro
Mile
La lluvia empezó a mitad del trayecto. Fuerte, oblicua, con ese orgullo de tormenta que te obliga a reconocerla. Fran condujo en silencio, concentrado.
Su departamento no estaba lejos: un edificio antiguo, de pasillos largos y ladrillo visto. Olía a madera y a historias.
—Pasa —dijo, abriendo primero para mi pequeño lobito—. Es su casa también.
El living estaba medio a oscuras; la luz del edificio se había ido en un parpadeo. Fran encendió dos velas y un par de lámparas a batería. La sombra nos favorecía: suavizaba los bordes.
—¿Tenés hambre? —preguntó.
—Solo cansancio —respondí. Y algo que no dije: ganas.
Fran
No planeé nada. No sé planear lo que realmente importa. Le di una toalla, le mostré el baño, dejé una remera mía sobre la cama por si quería cambiarse.
La escuché moverse por el pasillo. El perro inspeccionó cada esquina hasta decidir que estaba todo en orden.
Cuando Mile volvió, con el pelo húmedo y mi remera larga cubriéndole los muslos, el departamento dejó de parecerme