Mientras Ahmed se hundía en el lujo decadente de Las Vegas, consumido por la rabia y el alcohol, su madre, Dilara Arslan, buscaba a su hijo desesperadamente. El joven se había esfumado tras la paliza, y los movimientos erráticos en sus tarjetas de crédito alertaban a Dilara. Estaba furiosa por el gasto descontrolado, pero el silencio de Ahmed la asustaba mucho más que cualquier cifra bancaria. La élite de Los Ángeles murmuraba sobre la desaparición del heredero Arslan, y Dilara temía un escándalo que opacara los esfuerzos de Set por seguir con la imagen de la familia tras el matrimonio de Horus y Senay.
Una noche, la calma tensa y artificial de la mansión de Bel Air se rompió. Set Arslan estaba fuera, en El Cairo, cerrando un trato importante que requería toda su atención. Dilara se encontraba sola en el vasto silencio de la casa, cuando en esa quietud, Ahmed, finalmente, regresó.
Eran casi las once de la noche. Ahmed entró por la puerta de servicio, con una maleta nueva de marca y el