Horus estaba teniendo un magnífico día. El sol de invierno entraba por los ventanales de su oficina en el piso más alto, iluminando el escritorio de caoba. Su humor era notablemente diferente. La tensión de los últimos meses, esa rigidez que lo hacía parecer una estatua de mármol, se había disuelto. Ahora tenía un brillo en los ojos, una ligereza en el paso que no había tenido desde el inicio de su falso matrimonio.
Desde la reconciliación con su esposa, el mundo parecía tener más color. Las reuniones de la junta directiva, aunque seguían siendo exhaustivas, ya no consumían toda su energía. Sabía que tenía un hogar al que regresar, un lugar donde el afecto era real y no una negociación.
Cada vez se le veía más relajado. Su personal lo notaba; el aire alrededor de su secretaria no era tan gélido, y las órdenes ya no sonaban a sentencia de muerte. Incluso se permitía bromear con Nicolai durante los informes financieros, algo impensable semanas atrás.
Lo que más le gustaba era la idea de