Set llegó a la mansión de Bel Air con una ligereza inusual. El pesado peso de la responsabilidad, que siempre curvaba sus hombros, parecía haberse aliviado un poco. El abrazo de Horus, por breve y extraño que fuera, había encendido una pequeña chispa de esperanza dentro del patriarca. Necesitaba que su familia funcionara, no por la imagen pública, sino por su propia estabilidad emocional.
Enseguida le dio la noticia a Dilara. La encontró en la biblioteca, revisando unos catálogos de arte con la concentración fría y desinteresada con la que examinaba a la gente.
—Horus y Senay vienen a la cena de Año Nuevo —anunció Set, con una sonrisa amplia y una voz que vibraba con un optimismo frágil.
Dilara levantó la mirada de la página, sus ojos de hielo deteniéndose en el rostro de su esposo. Por una milésima de segundo, su control se resquebrajó.
—¿Horus aceptó? ¿Tan fácilmente? —su voz era baja, con un matiz de sorpresa que rápidamente reprimió. Ella ya había hecho su movimiento en la casa de