LARS
Hizo la limpieza de la herida en mi cabeza, y de paso me limpió el resto de la cara.
Sus escoltas estaban en otro lugar, probablemente cambiándose de ropa. Y llegó el momento de la verdad.
Él preparó las suturas, puso lidocaína, y cuando lo vi acercarse cerré los ojos.
En el primer contacto de la aguja, fue como si el mundo se me fuera a la nada y contuve un quejido en mi garganta.
—Tranquilo, relájate o será peor —susurró, y suspiré.
Con cada entrada y salida debía decir que no dolía, en parte por el anestésico, pero mi corazón latía como un gran desastre, y estaba asustado.
Dios, detestaba las agujas, todo esto.
Apreté los dedos de los pies y empecé a pensar en cosas para distraerme, pero todo me llevaba a este momento y a mi trauma.
Entonces, terminó.
—Listo. Puedes abrir los ojos —susurró Ulrik.
Solo entonces me di cuenta de que estaba conteniendo el aliento, y cuando lo solté fue como si algo en mi interior se liberara.
Al abrir los ojos, lo encontré viniendo con una gasa, y la afirmó al costado de mi frente con adhesivo.
—Vas a tener que mantenerla limpia, y en unos días sacarte los puntos. Debes ir al médico. No veo signos de una hemorragia interna ni nada parecido, pero hay que ser precavidos.
Oírlo darme explicaciones médicas, como todo el doctor que era, me trajo recuerdos del pasado, y me llené de nostalgia; sin embargo, se me vino algo a la cabeza y pregunté:
—¿Quién hizo esto? —susurré, más para mí que otra cosa.
—No lo sé… ¿le caes mal a alguien? ¿Alguien quiere con tu prometida? —comentó él y se dispuso a arreglar el botiquín.
—No me hables de esa puta —espeté sin pensar, y al darme cuenta de eso resoplé.
—Oh, ¿te diste cuenta de la joyita con la que te acostabas?
—No me acostaba con ella.
—¡Ja! Te puedo creer cualquier cosa, menos eso.
—¡Hablo en serio! —espeté acusador—. A mí no me van… ya sabes.
Resoplé y rodé la vista por los derredores.
—Entonces, ¿se acostó con otro ya que no le diste algo de acción? Se quedaban en el mismo cuarto, ¿de verdad no…?
—No —sentencié—. Nuestras familias tienen un contrato de castidad, forma parte de la tradición y… —Solté un respingo—. Tuvimos intimidad, pero no consumada.
La vergüenza me llenó, y al segundo siguiente me pregunté por qué le estaba dando explicaciones. ¿Eso tenía sentido? No debía darle explicaciones a Ulrik Jantzen.
Resoplé y me recosté en el mueble tras unos segundos, mirando hacia el blanco techo.
—La encontré en la cama con otro, en el hotel, por eso salí a caminar. Necesitaba despejarme.
—¿Te molestó? ¿Si quiera te gusta ella? Hasta donde yo sé, eres uno de los tipos más gays que conozco.
Solté un respingo. Me molestaban sus palabras, pero al mismo tiempo eran como un consuelo.
—Nunca me atrajo. Es una chica a fin de cuentas, pero… ya sabes, no se trata solo de eso, sino de confianza. —Respiré hondo, de pronto embargado por una inmensa pesadez—. La veía como una buena chica. No es que yo le guste, pero creí que éramos buenos amigos y… ya sabes, pensaba contárselo en el futuro.
Se hizo el silencio entre nosotros, y solo pude oír los sonidos de Ulrik acomodando las cosas y, finalmente, cerrando la cremallera.
Fruncí los labios, pensando en lo sucedido, y suspiré.
—No sé quién hizo esto, pero, de todas formas… gracias por salvarme —murmuré—. Nadie me habría salvado de no ser por ti.
—No le des muchas vueltas. — Su voz resonó con gravidez, como una caricia en mis oídos—. Ahora levántate, estás sucio y vas a manchar mi sofá si te quedas más tiempo. Ve a darte un baño y a descansar. Mañana te llevaré a tu hotel.
Lo miré con dudas.
—¿Me voy a quedar aquí? —pregunté sin pensar.
—¿Quieres irte al hotel y dormir en la cama donde tu prometida se revolcó con otro? Si quieres, pues te vas tu solo. Ken y Haki ya se van a dormir, y yo también.
Me quedé sin aliento por unos segundos y comprendí.
Por supuesto, Karen…
Solté un suspiro fuerte y volví a echarme atrás. Sin embargo, recordé que él no quería que manchara su sofá y me levanté a duras penas.
—¿Dónde… me quedaré?
—Sígueme. —Tiró la vista al pasillo y empezó a caminar.
Lo seguí poco a poco y paramos casi al final del pasillo, donde abrió una puerta, pasó y, al encender las luces, encontré un cuarto de visitas genérico con cama doble.
—Te traeré un pijama y algo más —murmuró y, antes de que yo pudiera decir nada, desapareció por el pasillo.
Caminé hacia la cama y me senté en la orilla, y mis pensamientos revolotearon sin que pudiera controlarlos.
Karen me estaba engañando con un tipo cualquiera… ¿cuántos más no habría? ¿Lo hacía desde el principio? ¡Vamos! Sí, yo era gay, tan gay como se podía serlo, pero me merecía un respeto, ¿verdad? Nuestras familias pertenecían a la nobleza de nuestros respectivos países, y no es que yo creyera que nobleza y decencia eran sinónimos, pero…
Siempre me trató bien, parecía dulce y comprensiva. A veces era un poco dominante, sí, pero nunca imaginé que me haría algo así.
Sin darme cuenta, puse los codos sobre mis muslos y me agarré la cabeza entre las manos, con una angustia que me revolvió las tripas.
¿Por qué por una vez no podía salir algo bien? Vamos, que hasta acepté casarme con la mujer que mis padres escogieron para mí, ¿no era ese sacrificio suficiente? Entonces por qué… ¿por qué tenían que seguir humillándome así? ¿Yo era el tonto útil de todos? ¿Era eso?
Apreté los labios cuando sentí que se me iba a escapar un sollozo.
—¿Por qué demonios vas a llorar, Lars? —me reprendí a mí mismo y chasqué con la lengua.
Pero no había remedio. A pesar de reprimir mis sollozos, las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas, lo que me frustró demasiado.
—Eres un maldito estúpido… —mascullé y llevé las manos a secarme la cara con molestia.
En ese instante sentí que me miraban, y cuando alcé la cara encontré las perlas grises de un Ulrik que no me veía ni con incomodidad ni con burla, sino con una neutralidad que me resultaba aún más molesta.
—¿Acaso te gusta lo que ves? —Le devolví sus palabras de hace un rato.