"Levantó su vista y la vio a ella: la nieve, la ventisca. Ella, que ahora controlaba el rumbo de sus vidas, ella, que le había dado todo lo que poseía, todo el talento por el que era reconocido. Ella, infinita, hermosa. Ella, la misma muerte..." Acosado por terribles pesadillas que empiezan a afectar su relación amorosa, Jasha Volkov, patinador artístico de profesión, originario de Rusia, decide investigar por su cuenta para intentar entenderlas, pero al ahondar en ese asunto descubre que todo va más allá de un problema de ansiedad, un trastorno al dormir, o simples malas noches al azar. No tiene idea de cómo confrontar aquellos horribles sueños y mucho menos cómo escapar de estos, y la solución a todo podría ser perturbadora aunada a un sacrificio al que no estuvo nunca dispuesto. Un pacto en el que el ruso se ve envuelto antes de nacer, un hombre al que ama, pero que debe ser entregado a la nieve, un padre que se equivocó de forma terrible; todos hacen parte de la promesa que debe ser cumplida a Nina. Jasha ama a Kei, no obstante, para ellos, amar es morir.
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El invierno solía ser tan brutal como siempre en esa parte de su país. Nada más que blanco asfixiante se posaba frente a sus ojos. No había luz, no habían sombras, solo una niebla enceguecedora que paralizaba los miembros y hacía de la muerte, una aliada. A lo lejos, y cuando él estaba por rendirse, un destello parecido a una luciérnaga se aproximaba a gran velocidad, pero tal vez, ya era muy tarde, pues su ser se desvanecía.
—“No aquí, no ahora…” —fue lo que él escuchó antes de poder abrir los ojos en medio del hielo, y sentir sus mejillas sostenidas por unas manos muy suaves, pero igual de frías que la nieve que lo rodeaba. Levantó su vista y entonces pudo verla, una dama de cabellos muy largos, de ojos casi transparentes que susurraba algo incompresible para sus oídos. Se perdió en su mirada, en sus labios tan pálidos y en su sonrisa prístina y brillante. Estar en su regazo era la sensación perfecta de Nirvana: Aterradora. Él levantó su mano para poder también acariciar ese rostro perfecto, saber que moriría con la gentileza con la que siempre había soñado, y hacerlo junto a un ángel, era un deseo cumplido. Pero entonces la dama abrió su boca y una luz salió de esta, lo envolvió a él en su totalidad, ese sensación se le coló por la garganta, le bajó al pecho y sintió cómo el aire se le desvanecía, así como se desvanecía ella.
—No… quiero…—Jasha no pudo pronuncia más, pues quedó sentado en la cama agarrando su pecho, creyendo que ella aún le robaba el aire. En un desesperado intento por respirar, sacudió con toda la fuerza que le quedaba a su amante que dormía junto a él. Ya en ese momento Jasha no estaba en medio del bosque, con nieve cubriendo su cuerpo, ni en el lecho de esa mujer, de esa deidad preciosa. Estaba en una cama pequeña en la casa de su novio, en Japón.
Rápidamente el chico dormido en profundidad abrió los ojos muy alterado y vio a Jasha ahí, ahogándose como si estuviese atorado con algo. Lo tomó como pudo para hacerle la maniobra Heimlich aún sin tener claro si la necesitaba, todo fue confusión en ese momento, ya las demás personas de la casa empezaban a escuchar el alboroto y corrían hacia la habitación.
—¡Qué está pasando! ¡Auxilio! —gritó el muchacho desesperado por hacer que el otro respirara. Sus manos empezaron a buscar su pecho, era un total inexperto en primeros auxilios, no supo qué hacer, Jasha desfallecía, y con lágrimas en los ojos puso su boca sobre la del moribundo y le dio un tanto de su aliento. Solo eso bastó para que el joven empezara a respirar con normalidad.
—¡¿Qué está pasando?! ¿Están bien? ¿Les hicieron daño? —preguntó el alterado padre de Kei, al entrar en la habitación. Jasha estaba tendido en la cama apenas recuperando el aliento y su hijo sentado al borde de la misma, tomándole una mano e intentando entender por vez infinita, qué pasaba con su novio y por qué esta ocasión fue mucho más aterradora, que las anteriores pesadillas.
—Lo siento mucho papá, creo que es lo de siempre, los ataques que él sufre al dormir.
—Muchacho… —dijo el tranquilo anciano a Jasha viéndolo casi con lástima. Él sintió esa mirada sobre sí, era demasiado lo que estaba provocando en esas personas sencillas. Era demasiado para su vida no saber qué le sucedía ni cómo manejarlo.
Después de una corta charla sobre la salud y cómo todo era mejor antes cuando no había tantos químicos contaminantes, todos volvieron a sus alcobas y allí se quedaron Jasha y Kei, cada uno preguntándose a su manera qué era lo que sucedía, qué tanto debían esperar para hacer algo, o dejarlo como un simple trastorno del sueño. Uno muy especial.
—Vaya qué noche, hacía ya un mes que… —intentó decir Kei, pero su amante no le permitió terminar. Entonces como siempre, una ansiosa boca cubrió al muchacho del Japón, en un arrebatado beso que los fundió en la cálida cama. Los dedos largos y expertos se movían como alas de mariposas sobre las extensas piernas de Kei, que comenzaban ya casi a suplicar placer. Estaba un poco asustado, hacía minutos todos en la casa se habían ido a dormir de nuevo, es más ni siquiera debían estarlo aún. Las paredes en Japón eran muy delgadas, pero aunque había mucho que ocultar, las fortalezas de sus corazones eran de hierro y jamás se escucharía más allá de ellas—. Deja por favor, debes descansar ya mañana tenemos presentación y… entonces…
No valieron las excusas que Kei intentó poner para frenar el irremediable momento que a Jasha se le enredaba en el vientre. Eran sutiles las caricias, no se podía hacer ruido. Toda esa angustia de su pecho debía salir de alguna manera, los malos sueños tenían que ser reemplazados por sueños reales y palpables como el apretado trasero de Kei. Lo tomó por la cintura y lo sentó encima de él. Ya no había lugar para seguir frenándolo, los ojos rasgados estaban excitados, ya no respondería a la razón, solo al amor. No tenía claro cuando comenzó todo aquello y cómo había terminado en la cama con Jasha , solo quería vivir cada momento que pudiera con él. Se elevó un tanto sobre sus rodillas, el momento, ese que en verdad los convertía en uno había llegado. Se deslizó todo lo delicadamente que pudo sobre el chico, se echó para atrás pues aunque lo habían hecho muchas veces ya, aún dolía. Jasha a su vez pegó su rostro al pecho de su amante, quería más, quería que se moviera hasta volverlo loco, quería ya que toda esa lujuria se le escapara al interior de su Kei.
—No resisto más… —apenas y pudo susurrar Kei—. Pronto voy a terminar —dijo subiendo un poco más la voz, casi que olvidando lo silenciosos de debían ser.
—Un poco más Kei, por favor un poco más…—susurró Jasha también perdiendo el control del nivel de su voz. Se apoyó en uno de sus brazos para ayudar a y moverse un poco, necesitaba ir al son de las caderas de su amante, no quería estar quieto. —Solo un tanto más —insistió, mientras sentía que por fin ese éxtasis que le nublaba los sentidos llegaba a su cuerpo, esa placentera vitalidad que le robaba por un momento el alma y lo elevaba al cielo, o al infierno quizás. Un pequeño alarido de parte de ambos para terminar ese fugaz encuentro para desahogar un poco los sucesos de esa madrugada. Kei lo tomó por las mejillas y sonrió amplia y complacidamente, pero entonces Jasha recordó que “ella” en ese sueño, lo tomó de esa manera y sin pensarlo alejó las manos de Kei de un manotón. Él otro muchacho se asustó, no supo qué hacer, aún Jasha estaba dentro de sí. El de ojos azulados también estaba impactado con lo que hizo, culpó a la pesadilla que tuvo.
Jasha Volkov y Kei Kanzaki eran amantes. Luchando ante el prejuicio, lograron consolidar su relación luego de ires y venires propios de cualquier inicio. Ambos eran de profesión patinadores artísticos, no obstante, era Jasha quien se llevaba siempre los triunfos. El muchacho de 28 años era un prodigio, casi irreal para todos. Además de su innegable belleza, riqueza y carisma, tenía un particular color de cabello, tan rubio que parecía casi blanco. Algunos consideraron que tal vez sufría algún tipo de albinismo, pero nunca se confirmó nada. Kei, era un muchacho sencillo, sin ningún rasgo característico, más que su origen asiático. Nunca tampoco se pudo saber cómo es que Jasha pudo fijarse en él, que parecía más un punto gris en el mundo, no tan excelente patinador. Aun así, nadie sabía el diamante que tenía Kei por corazón, y fue esa piedra preciosa, lo que enamoró a Jasha.
Aún uno dentro de otro, escucharon una voz, que salió de algún rincón del cuarto, sacándolos de inmediato de ese momento.
—¿Kei?, ¿Kei?, ya estás despierto? Acá ya es muy tarde, ¿dónde andas perezoso? ¡Lamento tanto no estar allá para verte!.
Ese no era otro que Patrick, amigo de Kei, que se comunicaba a través de Skype. Este se quitó de encima de su amante olvidó lo que había pasado y se sentó en su escritorio a responder y a reprocharse el porqué demonios había dejado la sesión abierta.
—¡Patrick! Acá apenas son las 4 de la mañana, jeje —dijo Kei rascándose la cabeza—. Quiero dormir otro poco, hablamos luego ¿vale?.
—Nada de luego, ¿qué no estás nervioso? Saldrás esta noche en una presentación antes de los olímpicos de Canadá. Ya no estarás con Jasha, ¡serás su rival! ¿No te comen las ansias? ¡Todos de nuevo al ruedo con él!
—¡Claro que sí! Nos veremos en Canadá —gritó Jasha desde el otro lado del cuarto—. Hay que celebrar antes de la competencia.
—¡Jasha! —gritó animado Patrick—. ¡Estás despierto tú también! ¡Ya nos enlazó con Stefano!
—¿Ay Dios, qué? —habló Kei apenas acomodándose algo de ropa encima. No tuvo tiempo de arreglarse más cuando estaba ya enlazado con Stefano, otro patinador ruso, que apenas había alcanzado la mayoría de edad y que era el peligroso sucesor de Jasha Volkov. El muchachito no sabía cómo terminó en la conversación internacional.
—Qué asco, al menos arréglate Kei Kanzaki —refunfuñó Stefano y cerró en su siempre educada forma de ser, la ventana y la sesión. Kei sintió un alivio grande al no tener que hablar más que lo suficiente con ellos, pero odió un poco a Patrick por meterlo en todo eso.
—Patrick, voy a dormir un poco más, ¡Ciao! —se despidió el chico del Japón. Lo próximo que pudo escuchar fueron las protestas de su amigo. Se dio vuelta en su silla y vio a Jasha desnudo, durmiendo por fin con profundidad, como debería ser siempre. Se preguntaba a qué podían deberse esas alteraciones en su sueño, qué podría sucederle para que lo llevara casi hasta el ahogo y, sobre todo, sentía pánico al pensar que eso pudiera sucederle mientras dormía sin compañía. Dio un suspiro y se acomodó a su lado para acabar de disfrutar lo que quedaba de noche.
***
Fin capítulo 1
XXXIX No podía disimular ni por un segundo el profundo dolor que le producía perder a su esposa. Nada pudo hacerse por Ekaterina, como fuera, estaba escrito que su vida siempre sería muy corta. Pero para Jasha, ver cómo la tierra cubría su cajón, era una zozobra conocida, aunque no sabía de dónde, o por qué razón ya la había sentido. Miró a su hijo, tan pequeño todavía, apenas iba para 3 años, no se merecía quedarse sin una madre. Los funerales fueron los mejores que él pudo darle a su joven mujer. Apenas cumplía ella 23 años, él tenía 24. Jasha Volkov se había convertido en el prodigio del patinaje artístico de Rusia, por su propio mérito y esfuerzo, apoyado siempre por sus padres y por su abuela. Pero ese día no era más que un hombre que perdía a su compañera, con la que no alcanzó a compartir el tiempo que se juraron frente al altar. —Jasha, ven con nosotros a la mansión de la abuela, al menos mientras el pequeño Sasha se adapta a esta situación —hablaba Helena, su madre, en voz
XXXVIII El día estaba pegando directo en esa espalda desnuda, misma que recorrió e hizo suya, así como todo ese cuerpo virgen. Él lo observaba, porque era la última vez en esa vida que lo haría. No obstante, agradeció haber hecho ese vínculo, que lo ayudaría a encontrarlo de nuevo. Sasha estaba apenas en bóxer, sentado viendo como salía el sol, a pesar de la mañana fría. Haberlo tomado, fue de las mejores cosas de su vida. Por dentro, el debate de sus dos almas, una que deseaba quedarse con él para siempre y la otra, que deseaba volver a ella, para siempre. Tenía que acabar todo, de lo contrario la maldición jamás acabaría y la lluvia triunfaría de nuevo, lo que significaba que un amante, estaría infeliz para la eternidad. Miró a Vincent mientras un suspiro entraba a su pecho. Con el dolor de su vida tuvo que despertarlo, pronto tendrían la práctica final para las presentaciones y lograr uno de los tres lugares del podio. Ambos sonrieron y se besaron sin freno unos minutos más, que
XXXVII Sasha estaba sentado en la cama de su habitación, no había dicho una palabra siquiera desde lo ocurrido en la pista. Tocaron a la puerta, pero al no obtener respuesta, la puerta se abrió. Kei entró y lo vio pensativo, con una mirada segura y retadora, cosa que sorprendió mucho a su padre. Él no tenía miedo de esa situación, él sabía más que cualquiera lo que estaba sucediendo y además tendría que ponerle fin. —Sasha, por favor, dime qué está pasando, desde el «incidente» de ayer has estado muy extraño, Jasha me dice que no deseas comer y si no lo haces puedes tener problemas en la competencia. —Papá… tú siempre has sido un poco más receptivo a lo que tengo que decir, más que papá Jasha. Creo que entendí por fin la historia de ustedes con Nina, el por qué de mi nacimiento, el por qué de la existencia de ambos. Papá, todo lo que ha sucedido en esta historia, no es más que la de ella, buscándome a mí. Así estaba escrito, soy yo, el hombre que mi padre más ama y debo regresar a
XXXVI Ambos estaban en la misma habitación, en ese hospital. El primero en abrir los ojos fue Kei, que se vio cubierto por una manta muy gruesa y una máscara de oxígeno sobre su nariz. No tenía conectado nada más que un catéter en su brazo por donde seguro le pasaban medicamentos y suero. Tardó un poco en acomodar sus recuerdos y pensó en su Jasha, cosa que hizo que se exaltara mucho, movió su cabeza a la derecha y lo vio también en un a cama en condiciones parecidas a las suyas. Vino como una ráfaga ese momento que estuvieron con Nina y lo poco que había faltado para que se cumpliera la promesa, también le asaltó la duda por saber quién era ese joven que los había halado con tanta fuerza, tan temeroso de perderlos. No supo que habría sido mejor, si volver y pensar en otra solución, o ya haber terminado con esa maldición de una vez por todas. —Kei… —escuchó débilmente de la boca de Jasha que lo llamaba, pero parecía aún inconsciente. Kei se incorporó un poco y tocó el timbre para l
XXXV Jasha llevó a Kei hasta el hotel en el que se estaba hospedando con su padre. Al entrar en la habitación, vio que aún las maletas estaba hechas, se notaba que habían ido a su casa sin haber descansado ni un poco. Jasha hablaba por teléfono, pidiendo algo de comer. A la distancia Kei le regaló una sonrisa, cansada, quizás algo derrotada. Cuando dejó la llamada, le pidió que se sentaran ambos en la pequeña mesa que ahí había. —Creo saber todo lo que pasó, y no vine a recriminarte cómo es que terminaste con Sasha. La verdad es que luego de un ataque de ira, supe que Ekaterina había hecho las cosas muy bien. Estos años sufrí mucho pensando dónde o con quién estaría mi niño… —Jasha no soportó y puso sus codos en la mesa para poder tomarse la cabeza con angustia. Kei, temblando, llevó su mano hacia la de Jasha, que parecía más aterrado que otra cosa. —Gracias, Jasha, por tomarlo de esta forma. Yo tomé mi teléfono tantas veces para decirte todo, pero no podría con el dolor de perder
XXXIV «¡De nuevo estamos con ustedes para darles la información deportiva que siempre esperan!. Es un orgullo para Rusia que el ex patinador más grande de este planeta, sí señores la leyenda Jasha Volkov, haya sido elegido por el comité olímpico para ser parte de la delegación de jueces de los juegos ¡durante los próximos diez años!, Es alucinante. Su carrera ha sido vertiginosa, y a pesar de haberse retirado tan joven del patinaje aún acumula éxitos, su profesión, su academia y ahora su nombramiento. No cabe duda que tiene una estrella muy grande en el cielo...» —O en el infierno —dijo Jasha secándose el cabello, saliendo del baño, mientras escuchaba las noticias en la televisión. Estaba sorprendido con la rapidez con que la prensa se había enterado de su nombramiento que aún no se hacía oficial. Se sentó en la cama para seguir viendo. «...Eso es un orgullo para la historia rusa. Y por cierto, otra estrella que en días pasados brilló pero por su sorpresiva boda, fue el patinador:
Último capítulo