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Capítulo 3: El ninja sarcástico

LARS

Tragué entero, se me quedó la mente en blanco y lo miré con los ojos bien abiertos.

—¿Cómo es que…?

Se me apretó el corazón en el pecho y me fui hacia la puerta, pegando la espalda mientras contemplaba su cara con impresión.

Él sonreía, pero la sonrisa no llegaba a sus ojos, y estaba tal como lo recordaba. Maldita sea, estaba tal como lo vi hace un rato.

—Tú… ¿tú me hiciste esto?

Cierto desconcierto que luego se transformó en burla pintó su cara, y resopló.

—Claro, porque hice que te secuestraran para después rescatarte en medio de la noche de un sótano de mala muerte. Muy inteligente de mi parte, ¿no?

El evidente sarcasmo en su tono me hizo apretar los labios. Pero esto no tenía sentido, así que espeté:

—¿Cómo sabías dónde estaba? ¿Y cómo es que tú… mataste a esa… gente?

Se me crispó todo por dentro y vi su ropa de nuevo. Era como un ninja moderno, como una sombra si lo ponías en medio de la noche, y no por su color de piel.

Era que… tenía ese efecto.

—Te vi salir del hotel, y luego vi cómo te subían a un camión. Supuse que nadie te buscaría, y para ser franco me sabe mal ver que se llevan a alguien y no hacer nada, así que… —Se encogió de hombros como si aquello no tuviera importancia—. Te rescatamos.

Mordí con fuerza, sintiendo la revoltura de mis pensamientos intensificarse, y suspiré.

Estaba mareándome más de nuevo. Demonios.

El auto se detuvo de pronto, y uno de los de delante anunció:

—Señor, llegamos.

Miré por la ventana, pero no estábamos en el hotel, sino en una casa un poco alejada del centro de la ciudad.

Ulrik abrió la puerta y salió como si nada, con la máscara en una mano, y luego se giró y acercó para mirarme.

—¿Necesita que lo lleve de nuevo como una princesa, Su Alteza, o puede salir solo del auto?

Me hirvió la sangre por dentro al notar su condescendencia, y me empujé con todas mis fuerzas fuera del auto. Me dolía la cabeza y sentía mareos, pero me armé de dignidad para caminar lo más derecho posible a aquella casa.

Era una de una sola planta de construcción moderna, y parecía abandonada en medio de la nada y de la noche.

Al entrar, uno de los hombres que iba con Ulrik encendió las luces, y yo me agarré a una de las paredes, fingiendo compostura, para no caerme.

—Ken, tráeme el botiquín, por favor. Algo me dice que tendremos que cocerle la cabeza a Su Alteza —dijo Ulrik mirándome de reojo, y luego señaló el sofá del salón—. Siéntate ahí antes de que te caigas. No necesitas hacerte el macho conmigo.

Fruncí el ceño en su dirección, pero como de verdad sentía que podría desmayarme en cualquier momento, le hice caso sin rechistar.

El sofá estaba suave, pero no podía dejar de pensar en el dolor, y en el hecho de que alguien me secuestró y me hicieron daño.

—Si no fuiste tú el que hizo esto, ¿entonces quién? —inquirí con voz ronca.

Él empezó a quitarse la parte superior de la ropa que llevaba. A primera vista la prenda era ancha, y tuvo que desabrochar algunas cosas, pero al final dejó ver que debajo tenía una camiseta negra que exhibía su figura trabajada.

Dios, este hombre vivía en el gimnasio, o al menos eso era lo que yo pensaba.

No pude evitar contemplar sus brazos desnudos, y una pequeña marca en el derecho que no recordaba de antes, parecía como un lunar oscuro, pero eso no tenía sentido, y luego su torso, que se marcaba en la tela.

—¿Te gusta lo que ves?

De repente oí su voz y volví a la realidad. Se me aceleró el corazón y sentí que se me secaba la garganta, además de muchos nervios.

Me encontré con sus ojos y casi vacilé, pero este no era el momento para eso.

—Ya quisieras —espeté y rodé los ojos.

Escuché su risa, pero no dijo nada más.

El tal Ken, a quien yo conocía como Kenji Sakurai, uno de sus guardaespaldas, llegó con un maletín, y entonces el ambiente cambió un poco.

Ulrik limpió la mesa de centro y extendió lo que había en el botiquín.

—Ven acá —murmuró ronco e hice caso.

Como giré cuando sentí que alguien venía por detrás, el golpe me dio al costado de la cabeza, a la izquierda, y tenía sangre por toda la cara.

—No es tan grave, pero vas a tener que hacerte una radiografía, quizá una tomografía para descartar, ya que fue con un objeto contundente —murmuró—, y tendré que ponerte unos puntos.

—¿Coser? —Abrí los ojos como platos, con el espanto recorriéndome el cuerpo.

Vi de nuevo la burla en sus orbes grises, pero enseguida se transformó en preocupación, lo que me sorprendió.

—¿Sigues temiéndole a las agujas?

Tragué entero y tiré la vista a otro lado. Las manos se me enfriaron, también los pies, pero no respondí nada.

Oí un ligero suspiro y hubo un leve movimiento. De pronto, sentí una ligera caricia en mi mejilla, a la derecha, que me impulsó a verlo asombrado.

—Haré que sea lo menos doloroso posible, ¿sí? Confía en mí.

Fruncí los labios y sentí un vacío, pero luego se extendió una inmensa calidez.

—Está… está bien…

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