OSCURIDAD.
MELISA.
Entro a la suite de recuperación de la mansión. El aire es tranquilo y el lujo contrasta con la palidez de Mikeila. Ella está recostada, recuperándose de la traición de la otra empleada, esa malagradecida cuyo paradero desconozco y, francamente, no me interesa.
Me acerco a su lado, vibrando de emoción. Extiendo mi mano izquierda justo delante de su rostro. ¡Mira esto, Mikeila!
La luz de la araña golpea el anillo de compromiso. El diamante es enorme, un estallido de brillo que capta toda su atención.
— ¡Me ha pedido que me case con él! —Digo sin poder evitar que un grito de alegría se me escape.
Mikeila me mira, sus ojos se mueven del anillo a mi rostro.
— Entonces, ¿es verdad? ¿Te vas a casar con el señor Kostas? —Me pregunta, su voz todavía débil por la herida, pero con una chispa de asombro.
— ¡Sí! —Respondo con una felicidad que siento que va a estallar en cualquier momento—. ¡Sí, me caso! ¡Soy la mujer más feliz del mundo!
— ¡Melisa, qué felicidad! Pero, cuéntame, ¿cómo fu