UN FINAL FELIZ.
MELISA.
Pasan nueve meses desde aquella boda solemne. El peligro de Oleg es ahora una pesadilla distante, y la vida se asienta en el lujo vigilado de una mansión de la costa. El embarazo me transforma, dándome una plenitud y una calma que jamás conocí.
Estamos en un día radiante. El sol de la mañana se filtra a través de las palmeras, y el aire huele a sal y a jazmines. Estoy flotando perezosamente en la inmensa piscina de borde infinito. El agua tibia abraza mi vientre, que es un mundo completo y redondo, a punto de explotar de vida.
Kostas está sentado en la orilla, con pantalones de lino y gafas de sol, sosteniendo un libro que ignora por completo. Su mirada nunca se despega de mí. Desde que el embarazo entra en su etapa final, se vuelve obsesivamente protector, temiendo que el menor esfuerzo sea un riesgo.
—Deberías salir, Melisa. El sol está muy fuerte —dice Kostas, sin dejar de vigilar.
—Cinco minutos más, mi amor. El agua es lo único que me quita el peso del universo —respondo,