MELISA.
El aroma a té de jazmín envuelve la pequeña sala. Mikeila está sentada frente a mí. Se ve mucho mejor, aunque todavía se mueve con una cautela que le dejó la puñalada. El sol de la tarde entra suavemente por la ventana.
—Te ves mucho mejor, cariño —le digo, levantando mi taza. El calor es un ancla.
Mikeila sonríe, toma un sorbo y hace una mueca casi imperceptible.
—Gracias a ti. Y a la suerte. ¿Y tú, Melisa? Pareces... en paz. Hace dias que no te veía tan relajada.
Dejo mi taza sobre el platillo. Ya no puedo guardar la noticia.
—Estoy en paz porque la guerra terminó, Mikeila. O mejor dicho, terminará esta el dia de hoy.
Ella frunce el ceño y pone su taza en la mesa con brusquedad.
—¿De qué hablas? Creí que Oleg se había calmado un poco desde... el incidente.
—Oleg nunca se calma, solo se esconde. Pero Kostas fue a verlo.
—Firmaran la paz—pregunta ella toda ingenua.
Me reclino en el sofá, cruzando las piernas. La calma que siento es la certeza fría de un plan.
—No es una cumbre