31.

Pedro era un hombre de pocas palabras. En el momento en el que había aceptado llevarme, simplemente había estirado su mano hacia mí para que yo le diera el dinero. Así, sin más. Por suerte, había llevado lo suficiente en la billetera como para pagarle al hombre. Y, a pesar de que Zulma me pidió una y otra vez que no lo hiciera, tenía que hacerlo. Claro que tenía que hacerlo. Yo misma me había metido en ese problema. Ahora estaba trabajando en Vital precisamente por eso: porque había escogido el camino de la venganza. Ya no podía dar marcha atrás. Tenía que hacerlo por mi hijo, porque en el momento en el que Nicolás se enterara de que existía, tal vez quisiera matarlo. Tal vez quisiera desaparecerlo, así como había desaparecido a mi hermano para que no cobrara ninguna herencia. Peor aún, para que no manchara la perfecta esencia de su familia.

Y esa era la excusa que me confortaba mientras caminaba detrás del hombre por los oscuros rincones de las calles que daban lugar al mercado negro
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