Aunque no tenía muchas energías, en el transcurso del día me la pasé investigando todo lo posible a Oliver. Cristian, a través del teléfono, me ayudó bastante, indicándome exactamente cuál era la rutina que él había logrado interceptar del empresario. Lo cierto es que era un hombre bastante impredecible o metódico: a veces iba a un bar, a veces iba a una cantina, a veces se pasaba por un foro estímulo y a veces, de repente, ni siquiera salía de la empresa y pasaba la noche allí.
Pero después de lo que había pasado se había vuelto aún más invisible para el público en general. Seguía en cuidados intensivos en el hospital, pero nosotros sabíamos que ya estaba libre y escondido de los ojos del público, buscando su siguiente forma de matarnos, porque ya sabíamos que la guerra mediática había terminado, que ya no le importaba guardar las apariencias.
Por eso, esa noche, cuando Santiago, el primo de Nicolás, me sentó frente al televisor grande de la sala a ver las noticias, supe que no servi