Usamos la camioneta de Cristian en el momento en el que escapamos del hospital. Las patrullas aparecieron y yo me sentí terriblemente mal en todo el tiempo de despedirme de Valentín. El miedo y la rabia que sentía en ese momento se entremezclaron en una maraña de emociones en mi estómago y yo no sabía qué sentir, no sabía qué sensaciones de las que me estaban atravesando eran más intensas para prestarles atención. Era una amalgama de sentimientos.
Mientras el auto aceleraba por la calle, mi bebé nos observaba uno a la vez, como si entendiera extrañamente que aquello no era normal, que las cosas se habían salido de control y que huíamos. Y yo tuve miedo, porque ¿ahora qué? ¿Qué sería lo que pasaría con ella? ¿Qué pasaría con todos? La situación había escalado hasta un punto insostenible y, mientras más avanzaba el auto, más se intensificaba aquella presión en el pecho.
— ¿Qué vamos a hacer? — le pregunté a Nicolás.
Él estiró su mano y la apoyó en mi pierna, apretando con confianza, d