La mujer había aparecido de repente, no nos había dado un solo espacio para al menos intentar apartarla. Se plantó frente a la puerta, observando lo que era ahora el cadáver de su esposo.
— ¡No pueden hacer esto! — gritó nuevamente.
En ese instante agradecí haber dejado al pequeño Liam al cuidado de la niñera en la casa de Santiago, porque supe que las cosas se saldrían de control en ese momento, y no me equivoqué. La mujer empujó a la doctora, que estaba preparando su instrumental para salir del lugar, y se abalanzó sobre el hombre, sobre el cuerpo, llorando como una loba herida, como si aquello hubiera sido lo peor que le hubiera pasado, como si apenas lo hubiera perdido.
Pero entonces Nicolás permaneció quieto, observándola. No dijo una sola palabra, pero en su mirada podía percibirse a la perfección la decepción que sentía por su propia madre. La dejó hacer un poco de drama; luego, cuando le pareció que era suficiente, la tomó con un poco de brusquedad por los hombros y la apart