Todos nos quedamos en un absoluto silencio, mientras Izadora parecía rebuscar en sus memorias las cosas que quería contarle a Nicolás. Todos sabíamos que no sería nada bueno. Era un momento tenso, porque las cosas que la mujer estaba a punto de contar eran las mismas que habían iniciado esta batalla de venganzas que nos tenía a todos ahora sentados en la misma mesa, con el ambiente tan tenso que podría tomarse como un puñado de melaza.
Después de darle un último trago a su vaso de agua, se puso de pie, caminó hacia donde estaba el fregadero y lo lavó con una lentitud aterradora. Todos nos miramos entre nosotros; era como si mi madre hubiera preferido esconder esas palabras dentro de su cabeza para no volver a repetirlas. Sabía que todo lo que yo le había traído eran muchísimos problemas, y entonces le costaba sacarlas nuevamente.
Cuando llegó otra vez a la mesa, se aclaró la garganta:
— Tu padre Alejandro no fue un mal hombre, nunca. Simplemente heredó las acciones que habían trascen