— ¡Ayúdalo, Cristian, ayúdalo! — le grité al guardaespaldas.
El hombre frenó en seco y corrió directamente hacia donde estaba Valentín.
El pelirrojo negó.
— No, váyanse, yo voy a estar bien.
Pero en serio, era un ingenuo si pensaba que lo íbamos a dejar, eso jamás pasaría.
— No — le dije.
Corrí hacia donde estaba sin pensármelo dos veces. Tomé su brazo y lo puse por sobre mis hombros para ayudarlo a caminar. El disparo parecía que le había dado en la parte baja del glúteo, y eso le impedía avanzar.
Cristian llegó con nosotros, me dio el arma y cargó a Valentín como si fuera un bebé. El guardaespaldas tenía tanta fuerza que no le costó ni un solo segundo levantarlo del suelo y salir corriendo. Incluso con mi hermano sobre sus brazos corría más rápido que yo.
Podía sentir cómo mi tobillo comenzaba a inflamarse, pero no podía detenerme. En el momento en el que me detuviera sabía que el dolor iba a ser tan grande que ya no volvería a ser capaz de caminar, así que seguí avanzando con e