— ¡Pongan las manos arriba! ¡Suelta la maldita arma! — le gritó aquí a Cristo.
Jesús tenía el arma en la mano, pero el hombre no quería soltarla. Entonces yo desvié mi mirada hacia él.
— Hazlo — le dije.
Ambos hombres me miraron con una extraña determinación, pero yo creía saber cómo podía salir bien librada de esa situación. Ciertamente no era más que una corazonada: si había funcionado la primera vez, ¿por qué no iba a funcionar la segunda?
En el suelo, en la esquina junto a un basurero, había un extintor de incendios. Pude ver de reojo que su válvula decía que estaba completamente lleno. Y entonces mi mirada se clavó en él mientras indicaba con las manos a Cristian para que bajara el arma.
El guardaespaldas era lo suficientemente inteligente, sabía muy bien identificar cualquier señal, cualquier indicio, era capaz de leerlo lo suficientemente bien. Entonces pudo ver perfectamente que mis ojos se habían clavado en el extintor, y cuando dejó su arma en el suelo, la dejó premeditad