El amanecer se deslizó sobre la mansión, pintando las altas ventanas con una luz gris y pálida. Sabrina despertó antes que Enzo, la consciencia regresando con un dolor sordo en el pecho y el recuerdo inmediato del peso opresivo de la noche. Seguía atrapada en el abrazo de su captor, su cuerpo funcionando como una almohada y un ancla para el sueño profundo de él.
Intentó moverse, deslizarse fuera de su agarre, pero el brazo de Enzo se tensó reflejamente. El olor a whisky rancio y perfume de cedro era nauseabundo. Lo miró. A la luz de la mañana, su rostro era menos vulnerable y más duro; los signos de la bebida de la noche anterior se marcaban en las líneas de expresión profundas y la sombra de barba de un día.
Con una brusquedad que era parte de su rutina matutina, Enzo abrió los ojos. Eran oscuros, y por un momento la miraron con una claridad fría que borró todo rastro del hombre derrotado que la había abrazado en la oscuridad. Él la liberó de su agarre, se estiró con un movimiento po