El sol de la tarde se había movido, cambiando la paleta de la biblioteca de ocres y ámbares a tonos más fríos de malva y gris. La luz ya no se filtraba con la misma intensidad a través de los vitrales, y el aire, antes denso, parecía haberse enrarecido con el esfuerzo mental. Sabrina había estudiado durante horas, inmersa en las complejidades de la jurisprudencia, y la disciplina había actuado como un bálsamo, calmando el temblor interno que le había dejado el encuentro de la noche.
Cerró el grueso volumen de derecho constitucional con un golpe sordo, el sonido resonando en el silencio como un signo de puntuación final. Su mente estaba agotada, pero extrañamente serena. Dejó la silla, el cuero crujiendo bajo su peso, y se sintió más dueña de sí misma que al entrar.
Dejó la biblioteca en penumbra, cerrando las puertas con un cuidado casi reverencial. El pasillo fuera era un contraste: más brillante, más moderno. Necesitaba un ancla más tangible que el conocimiento para pasar la noche.