Bianca
Estaba asombrada por la confesión de Alexander, quien diría que el trabajaba para la DEA. Seguí escuchándolo, atónita por su confesión.
—Durante tres años fui entrenado y reclutado por la agencia. Desaparecí por largos periodos. Mientras tanto, Alexandra enfermó. Cayó en una profunda depresión y desarrolló anorexia. Yo la dejé con Sarah y otra criada, pero no fue suficiente. Mamá estaba en rehabilitación, mi hermano muerto… y yo no estuve allí para ella.
Me llevé las manos a la boca, conmocionada.
—Alexander…
—Ahora entiendes, ¿verdad? He vendido drogas a japoneses, rusos, italianos… todo para llegar hasta mi padre. Pero él es más astuto de lo que imaginé.
Sus ojos se clavaron en los míos.
—Mi padre ya sabe lo que estoy haciendo. Hace poco, atacó un barco en el canal, uno que transportaba mercancía… cocaína pura.
Tragué saliva.
—¿Y qué vas a hacer?
Alexander sonrió de lado, pero no era una sonrisa de felicidad. Era la de un hombre que había jurado venganza y c