Bianca
Cuando finalmente salimos de la ducha, me coloqué una pequeña pijama y me tumbé en la cama. Alexander se acostó a mi lado, depositando besos en mis hombros y en mi cuello, pero el sueño comenzaba a dominarme. Cerré los ojos por un momento, sintiendo su calor, hasta que, de pronto, me reincorporé sobre la cama.
—¿Qué pasa? —preguntó, mirándome con curiosidad.—Pensé que querías descansar — comento con una sonrisa.
—Necesito que me cuentes todo… Para eso también vinimos.
Asentío, y yo quede observando cómo sus hoyuelos aparecían en su rostro al sonreír. Solté un suspiro y besé sus labios. Me acomodé mejor en la cama, y él, divertido, preguntó:
—¿Quieres que pida palomitas?
Reí sarcástica ante su broma.
—Pide lo que quieras.
Pidó una bandeja de frutas para mí y una copa de vino para él. Se acomodó junto a mí, tomó mi mano y me miró fijamente a los ojos. Sentí un nudo en el estómago, como si estuviera a punto de confesarme con un sacerdote.
—Estoy lista —susurré.
Alexander suspiró