Alexander
Bianca me miraba con los ojos abiertos de par en par, sorprendida por cada una de las verdades que acababa de soltarle. No podía hacer otra cosa más que decirle todo. Ella merecía saberlo.
—Creo que me va dar algo por tanta información. Y esa llave, no deberías dármela.
—Soy un agente encubierto de la DEA —repetí con firmeza, asegurándome de que cada palabra calara en su mente—. Me infiltré con un solo propósito: atrapar a mi padre y a todos los involucrados. Pero, más que eso, quiero venganza… por la muerte de mi hermano menor y por todo lo que ese hombre le hizo a mi madre y a la familia de ella, por esa razón debes tenerlo.
Vi cómo Bianca tragaba saliva, asimilando la gravedad de mis palabras.
—No solo es por venganza —continué—. Ese grupo es más peligroso de lo que imaginas. Se dedican a la trata de personas, niños y mujeres. Hemos intentado desmantelarlos, pero siguen operando con impunidad. Sé que hay un almacén en una isla, un sitio donde mantienen cautivas a las jóve