Alexander
Estaba seguro de lo que había escuchado, pero necesitaba confirmarlo. Sujeté el teléfono con fuerza mientras mi mandíbula se tensaba.
—¿Estás seguro de lo que dices, Dean? —pregunté con la voz cargada de incredulidad.
—Así es, señor. Balearon a varios de nuestros hombres cuando transportaban la mercancía a los japoneses. Fue durante el traslado en el bote.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Esto no solo era un golpe a nuestros negocios, sino también una declaración de guerra.
—¿Y los Yakuza? ¿Recibiste alguna llamada de Kaito?
—No, señor. Aún no se ha comunicado. De hecho, dudo que sepa lo que ha sucedido. Pero hemos perdido demasiado... Nos han robado la mercancía.
Golpeé el volante con furia. Un rugido de frustración salió de mi garganta.
—No puedo creer que esto haya pasado... ¡Fue una maldita negligencia de nuestra parte! No podemos fallarle a los japoneses. Sabes lo delicados que son con los tratos. Si no cumplimos, podríamos perder la vida.
Dean guardó silencio